vendredi 30 mai 2014

28 de Mayo:

EN ARICA, TODOS MENOS UNO

 Foto: EN ARICA, TODOS MENOS UNO
Un día como hoy hace 134 años, el 28 de mayo de 1880, el coronel Francisco Bolognesi tomaba conocimiento cabal en Arica del desastre sufrido en Tacna por el ejército aliado. No le sorprendió ese desenlace y, lejos de amilanarse,  trasmitió al prefecto de Arequipa el siguiente telegrama: “¡Esfuerzo inútil! Tacna ocupada por el enemigo. Nada oficial recibido. Arica se sostendrá muchos días y se salvará si Leiva jaquea, aproximándose a Sama, y se une a nosotros”. Leiva, siguiendo órdenes de Piérola, ni se asomó por Arica.
En juntas celebradas a diario, los jefes patriotas reafirmaron la promesa de resistir hasta las últimas consecuencias. Así, por citar algunos irrefutables testimonios, el 26 de mayo el telegrama despachado desde esa plaza decía: “Aquí sucumbiremos todos, antes que entregar Arica”. Roque Sáenz Peña manifestaría su adhesión con un telegrama que envió a un compatriota suyo el 27 de mayo: “Lo que es aquí, vencemos o sucumbimos”. Opinión que reafirmó el 2 de junio: “Aquí resistiremos y sucumbiremos todos antes que entregar la plaza”.
Ramón Zavala quiso dejar también un testimonio similar, escribiendo pletórico de patriotismo: “Tengan la seguridad de que si no triunfamos, si no hacemos de Arica un segundo Tarapacá, su defensa será de tal naturaleza que nadie en el país desdeñará en reconocer en nosotros a sus dignos compatriotas y que los neutrales no dejarán de reconocernos como los defensores de la honra e integridad de nuestra patria”. Y Francisco Bolognesi nos dejó el inmortal telegrama: “Apure Leiva… Arica no se rinde y resistirá hasta el sacrificio”, firmado el 5 de junio.
Pero hubo una solitaria voz discordante, que debió surgir –dice Gerardo Vargas- “acaso por ignorancia, falta de patriotismo o porque el miedo se adueñó de su ser, ya que se trataba de un jefe improvisado, elevado a tal por el favoritismo político”. Nicolás González, por su parte, se resistió a anotar el nombre del felón, pero porque en su tiempo, finales del siglo XIX, todo el país conocía la historia, limitándose a escribir su dolido recuerdo: “Uno hubo, un mal hijo del Perú, un cobarde que huyó ante la muerte, protegido por las sombras de la noche. Su nombre, que será execrado por las futuras generaciones, mancharía estas páginas de gloria. El Perú entero lo conoce, porque ni el miserable ha muerto de vergüenza ni ha recibido el castigo merecido por su crimen”.
Pero el padre Rubén Vargas Ugarte, llevando a la praxis su postulado de no ocultar la verdad histórica por más ingrata que fuese, lo denunció con nombre propio: “Cuando ya era inminente el ataque y se tenía noticia de la resolución de Bolognesi de defender la plaza, huyó vergonzosamente Agustín Belaúnde, jefe del batallón Cazadores de Piérola”.
En la Junta de Guerra celebrada el 31 de mayo, ese individuo llegó a proponer la “rendición absoluta” de la plaza, argumentando que ya nada podía esperarse de Montero o de Leiva y que resistir en esas condiciones no era más que “marchar al matadero”. Profundamente indignados, todos los jefes patriotas protestaron ante tamaña felonía, acusando a Belaúnde de cobarde. Pese a ello, éste no se quiso rectificar y terminó abandonando intempestivamente la reunión.
Se acordó entonces ponerlo en prisión a bordo del monitor “Manco Cápac” y –refiere Gerardo Vargas- en la Orden del Día “Bolognesi declaró a Belaúnde cobarde e indigno de pertenecer al instituto armado”. De alguna forma, el acusado comprendió que los patriotas no lo perdonarían y, por ello, en las primeras horas del 1 de junio consumó su acto indigno fugando de Arica por el camino que conducía a Arequipa, con cinco de sus correligionarios.
Dice Edgar Oblitas Fernández, en su “Historia Secreta de la Guerra del Pacífico”, que ése fue un duro golpe para los defensores de Arica, “una puñalada artera asestada por la espalda”. Es que la fuga de Belaúnde, de no haber tenido Arica los jefes que tuvo, pudo haber provocado una deserción en masa. Pero fuera de los cinco pierolistas que lo secundaron, nadie más desertó, y, por el contrario, fueron los propios “Cazadores” los que ese mismo día pronunciaron el juramente de resistir hasta el último aliento, promesa que sabrían cumplir en la hora de la prueba.
Agustín Belaúnde, cuyo apellido empero fue reivindicado por otros dos Belaúnde, Andrés y José, que murieron con Bolognesi en el Morro de Arica, se escondió en Bolivia hasta que terminó la guerra. Al volver a Tacna fue rechazado por el pueblo, pero contando con el apoyo de Piérola, que era su compadre, pudo abrirse camino en la escena política. Combatió contra Cáceres en 1895 y ello le valió para que Piérola apoyara su elección como diputado por Tayacaja, pese a las protestas de connotados patriotas.
(En la imagen, la bandera peruana flameando en Arica, grabado realizado para la prensa europea poco antes de la tragedia).

 (En la imagen, la bandera peruana flameando en Arica, grabado realizado para la prensa europea poco antes de la tragedia).
 
Un día como hoy hace 134 años, el 28 de mayo de 1880, el coronel Francisco Bolognesi tomaba conocimiento cabal en Arica del desastre sufrido en Tacna por el ejército aliado. No le sorprendió ese desenlace y, lejos de amilanarse, trasmitió al prefecto de Arequipa el siguiente telegrama: “¡Esfuerzo inútil! Tacna ocupada por el enemigo. Nada oficial recibido. Arica se sostendrá muchos días y se salvará si Leiva jaquea, aproximándose a Sama, y se une a nosotros”. Leiva, siguiendo órdenes de Piérola, ni se asomó por Arica.
En juntas celebradas a diario, los jefes patriotas reafirmaron la promesa de resistir hasta las últimas consecuencias. Así, por citar algunos irrefutables testimonios, el 26 de mayo el telegrama despachado desde esa plaza decía: “Aquí sucumbiremos todos, antes que entregar Arica”. Roque Sáenz Peña manifestaría su adhesión con un telegrama que envió a un compatriota suyo el 27 de mayo: “Lo que es aquí, vencemos o sucumbimos”. Opinión que reafirmó el 2 de junio: “Aquí resistiremos y sucumbiremos todos antes que entregar la plaza”.
Ramón Zavala quiso dejar también un testimonio similar, escribiendo pletórico de patriotismo: “Tengan la seguridad de que si no triunfamos, si no hacemos de Arica un segundo Tarapacá, su defensa será de tal naturaleza que nadie en el país desdeñará en reconocer en nosotros a sus dignos compatriotas y que los neutrales no dejarán de reconocernos como los defensores de la honra e integridad de nuestra patria”. Y Francisco Bolognesi nos dejó el inmortal telegrama: “Apure Leiva… Arica no se rinde y resistirá hasta el sacrificio”, firmado el 5 de junio.
Pero hubo una solitaria voz discordante, que debió surgir –dice Gerardo Vargas- “acaso por ignorancia, falta de patriotismo o porque el miedo se adueñó de su ser, ya que se trataba de un jefe improvisado, elevado a tal por el favoritismo político”. Nicolás González, por su parte, se resistió a anotar el nombre del felón, pero porque en su tiempo, finales del siglo XIX, todo el país conocía la historia, limitándose a escribir su dolido recuerdo: “Uno hubo, un mal hijo del Perú, un cobarde que huyó ante la muerte, protegido por las sombras de la noche. Su nombre, que será execrado por las futuras generaciones, mancharía estas páginas de gloria. El Perú entero lo conoce, porque ni el miserable ha muerto de vergüenza ni ha recibido el castigo merecido por su crimen”.
Pero el padre Rubén Vargas Ugarte, llevando a la praxis su postulado de no ocultar la verdad histórica por más ingrata que fuese, lo denunció con nombre propio: “Cuando ya era inminente el ataque y se tenía noticia de la resolución de Bolognesi de defender la plaza, huyó vergonzosamente Agustín Belaúnde, jefe del batallón Cazadores de Piérola”.
En la Junta de Guerra celebrada el 31 de mayo, ese individuo llegó a proponer la “rendición absoluta” de la plaza, argumentando que ya nada podía esperarse de Montero o de Leiva y que resistir en esas condiciones no era más que “marchar al matadero”. Profundamente indignados, todos los jefes patriotas protestaron ante tamaña felonía, acusando a Belaúnde de cobarde. Pese a ello, éste no se quiso rectificar y terminó abandonando intempestivamente la reunión.
Se acordó entonces ponerlo en prisión a bordo del monitor “Manco Cápac” y –refiere Gerardo Vargas- en la Orden del Día “Bolognesi declaró a Belaúnde cobarde e indigno de pertenecer al instituto armado”. De alguna forma, el acusado comprendió que los patriotas no lo perdonarían y, por ello, en las primeras horas del 1 de junio consumó su acto indigno fugando de Arica por el camino que conducía a Arequipa, con cinco de sus correligionarios.
Dice Edgar Oblitas Fernández, en su “Historia Secreta de la Guerra del Pacífico”, que ése fue un duro golpe para los defensores de Arica, “una puñalada artera asestada por la espalda”. Es que la fuga de Belaúnde, de no haber tenido Arica los jefes que tuvo, pudo haber provocado una deserción en masa. Pero fuera de los cinco pierolistas que lo secundaron, nadie más desertó, y, por el contrario, fueron los propios “Cazadores” los que ese mismo día pronunciaron el juramente de resistir hasta el último aliento, promesa que sabrían cumplir en la hora de la prueba.
Agustín Belaúnde, cuyo apellido empero fue reivindicado por otros dos Belaúnde, Andrés y José, que murieron con Bolognesi en el Morro de Arica, se escondió en Bolivia hasta que terminó la guerra. Al volver a Tacna fue rechazado por el pueblo, pero contando con el apoyo de Piérola, que era su compadre, pudo abrirse camino en la escena política. Combatió contra Cáceres en 1895 y ello le valió para que Piérola apoyara su elección como diputado por Tayacaja, pese a las protestas de connotados patriotas.

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