dimanche 22 juin 2014

22 de Junio

EL PASO DE LLANGANUCO: PORTENTOSA HAZAÑA DEL EJÉRCITO DE CÁCERES

 Photo : EL PASO DE LLANGANUCO: PORTENTOSA HAZAÑA DEL EJÉRCITO DE CÁCERES
Un día como hoy hace 131 años, el 22 de junio de 1883, el Ejército de La Breña tramontaba la cordillera de Llanganuco, portentosa hazaña que sólo encuentra comparación con la que efectuó Aníbal en el cruce de los Alpes. Los chilenos que marchaban en su persecución no se atrevieron a tanto, pero la hueste patriota iba  a encontrar otras divisiones enemigas más adelante, enfrentándolas heroicamente hasta el sublime holocausto en Huamachuco. 

"SOPORTANDO LOS RIGORES DEL FRÍO Y DEL HAMBRE"
A primera hora del 21 de junio se inició la marcha de la hueste patriota por la quebrada de Llanganuco, atravesando un terreno montuoso y pedregoso conocido como "Calzada de Barbacoas". Cáceres dejó Yungay recién cuatro horas después, pero tomó rápidamente la delantera para ordenar un descanso en la estancia denominada "Antuco", al pie de la imponente cordillera “cubierta de su eterno manto de nieve secular y de aspecto salvaje, lúgubre y sombrío, por sus oscuros grupos graníticos, que se elevan cortados a pico en medio de esos desolados páramos".
Al reanudar la marcha el ejército patriota penetró en un desfiladero formado por rocas cortadas casi a pico, que conducía a las lagunas de Llanganuco, teniendo a izquierda los picachos nevados del Huandoy y a derecha el macizo Huascarán. Hubo luego que bordear las lagunas, siguiendo "una senda estrecha practicada en las rocas”, y pese a las múltiples dificultades, lograron pasar los soldados, el parque, la artillería y algún ganado que llevaban, quedando esta vez Cáceres a retaguardia en previsión de que el enemigo los hubiese seguido. 
Allí permaneció el jefe patriota toda la noche, soportando los rigores del frío y del hambre: "Yo con mi escolta -anotó en sus Memorias— pernocté en el lado occidental para atender a las emergencias que pudieran sobrevenir. Pasamos la noche sin comer, por carecer de víveres, los cuales no pudieron ser adquiridos con la debida anticipación por carecer de fondos para ello”. La tropa, acampada en la parte oriental, tampoco probó alimento, "porque como ninguno se ocupaba del día de mañana no hicieron provisiones en Yungay, aparte de que todos carecían de dinero".
En la madrugada del 22 Cáceres y su escolta bordearon las lagunas, reuniéndose con el grueso del ejército. En retaguardia quedó el ingeniero Eléspuru, con encargo de destruir el serpenteante sendero, lo que verificó con cargas de dinamita, impidiendo así totalmente cualquier intento de persecución enemiga. 

UN PASO CORTADO A PICO, ENTRE GRANÍTICAS ROCAS
Venía a continuación el cruce del Paso de Llanganuco y la idea fue tramontar rápidamente la cordillera para completar la jornada alcanzando Tingo, hacienda cercana al valle. A las 06:00 horas de ese día se inició el ascenso de una escarpada cuesta de tres leguas, por una senda escabrosa, angosta y deleznable. Todo se presentó difícil desde el primer momento, principalmente para las mulas, pues varias se despeñaron al abismo, arrastrando consigo jinetes y cargas. Tampoco el ganado pudo soportar el enrarecimiento del aire, desbandándose en diversas direcciones. Allí se pudo ver a Cáceres tratando de salvar parte del ganado, pues sin él no habría rancho para sus soldados.
Bien se puede suponer el esfuerzo que significó en esas circunstancias trasportar la artillería y el parque, que los abnegados breñeros debieron cargar a cuestas, según testimonio de Daniel de los Heros, uno de los participantes en esa jornada: "La subida de la cordillera por una cuesta de tres leguas empinada y pedregosa, donde están los picos más elevados de la cadena de los Andes en la parte que atraviesa el Perú, fue sumamente difícil, principalmente para el parque y la artillería, que en muchos trechos tuvo que pasarse al hombro, con inminente peligro para los soldados que en esta operación se empleaban, pues el más pequeño descuido los habría llevado al abismo”.
Tras pasar frente a los cerros Yupacoti y Matara, entraron en el Paso de Llanganuco, formado a pico en esas graníticas rocas, cuyo cruce fue aún más penoso. Pedro Manuel Rodríguez, secretario de Cáceres, apuntó al respecto: "Es necesario conocer esos lugares para apreciar las dificultades que venció nuestro ejército, comparables sólo con las que se le presentaron a Aníbal en su paso por los Alpes cuando invadió la Italia”.
A medida que se progresaba en el ascenso, sólo el elemento humano conservaba ánimo y fuerzas para seguir, pues allí pereció asfixiada gran parte de los animales de carga. Los oficiales tuvieron que desmontar de sus cabalgaduras para que éstas sirviesen en el transporte del parque, y porque al hacerse la subida más empinada y el camino más estrecho y en escalones, hubo necesidad de seguir a pie, llevando de las riendas las pocas bestias que se conservaban. La situación llegó a tal extremo que finalmente tuvo que abandonarse parte del parque, porque fue imposible continuar transportándolo.

“NUESTROS SOLDADOS TODO LO VENCIERON”
Años más tarde Cáceres rememoraría lo penosa y difícil que fue la ascensión de la cordillera: “Varias bestias con jinetes y otras con carga se desbarrancaron, precipitándose con rapidez extraordinaria por entre las profundidades de esas escarpadas rocas, sin esperanza alguna de salvación. Las dificultades y peligros aumentaron a medida que más se aproximaba el ejército a la cumbre. Los senderos eran cada vez más estrechos e inseguros, la respiración difícil, la visión atormentada por el 'surumpe’, el cansancio grande y el malestar del cuerpo enorme. Pero nuestros soldados todo lo vencieron y mediando la tarde alcanzaron la cumbre de la montaña”.
En efecto, a las 15:00 horas de aquel 22 de junio de 1883, el esforzado Ejército de La Breña completaba el cruce de la cordillera nevada, celebrándolo entre cánticos de victoria, según relató Abelardo Gamarra, otro partícipe de la singular hazaña: "Nuestra entusiasta y viril tropa... dominó la cumbre del imponente y enhiesto Llanganuco, alegre, cantando, llena de entereza y bizarría, sin doblegarse a la fatiga ni presentar un solo soldado acometido del soroche y todos en estado de empeñarse en un combate. Pocos ejércitos del mundo habrán atravesado una montaña de la elevación del Llanganuco".

"... Y SOBRE NUESTRAS CABEZAS, UN CIELO AZUL Y PROFUNDO"
Se les presentó entonces a la vista un espectáculo sublime y hermoso, tal y como lo describió Cáceres: "Desde allí pudimos contemplar, con emoción y cariño, el vasto panorama que ofrecía a nuestros ojos aquella región del territorio patrio; al Norte y al Sur una serie de picos nevados, que rematan la montaña de los Andes; al Oeste la cordillera Negra, que cierra el hermoso callejón de Huaylas; al Oriente, las dilatadas regiones de la selva, regadas por el caudaloso Marañón, y sobre nuestras cabezas un cielo azul y profundo".
Y no hubo tregua pues el ejército prosiguió la marcha, pasando frente a los cerros Omocucho y Santa Isabel, para plantar campamento una legua antes de la hacienda de Tingo, poco antes de caer la noche. Cáceres, que marchaba a retaguardia, llegó a ese campamento a las 21:00 horas, y tras un breve descanso, aprovechando la luz de la luna, continuó hacia Tingo, localidad que alcanzó cercana ya la medianoche.
(Imagen: El Paso de Llanganuco, recorrido y fotografiado recientemente por el Intip Churin Miguel Guzmán Palomino).

(Imagen: El Paso de Llanganuco, recorrido y fotografiado recientemente por el Intip Churin Miguel Guzmán Palomino).
 
 
Un día como hoy hace 131 años, el 22 de junio de 1883, el Ejército de La Breña tramontaba la cordillera de Llanganuco, portentosa hazaña que sólo encuentra comparación con la que efectuó Aníbal en el cruce de los Alpes. Los chilenos que marchaban en su persecución no se atrevieron a tanto, pero la hueste patriota iba a encontrar otras divisiones enemigas más adelante, enfrentándolas heroicamente hasta el sublime holocausto en Huamachuco.

"SOPORTANDO LOS RIGORES DEL FRÍO Y DEL HAMBRE"

A primera hora del 21 de junio se inició la marcha de la hueste patriota por la quebrada de Llanganuco, atravesando un terreno montuoso y pedregoso conocido como "Calzada de Barbacoas". Cáceres dejó Yungay recién cuatro horas después, pero tomó rápidamente la delantera para ordenar un descanso en la estancia denominada "Antuco", al pie de la imponente cordillera “cubierta de su eterno manto de nieve secular y de aspecto salvaje, lúgubre y sombrío, por sus oscuros grupos graníticos, que se elevan cortados a pico en medio de esos desolados páramos".
Al reanudar la marcha el ejército patriota penetró en un desfiladero formado por rocas cortadas casi a pico, que conducía a las lagunas de Llanganuco, teniendo a izquierda los picachos nevados del Huandoy y a derecha el macizo Huascarán. Hubo luego que bordear las lagunas, siguiendo "una senda estrecha practicada en las rocas”, y pese a las múltiples dificultades, lograron pasar los soldados, el parque, la artillería y algún ganado que llevaban, quedando esta vez Cáceres a retaguardia en previsión de que el enemigo los hubiese seguido.
Allí permaneció el jefe patriota toda la noche, soportando los rigores del frío y del hambre: "Yo con mi escolta -anotó en sus Memorias— pernocté en el lado occidental para atender a las emergencias que pudieran sobrevenir. Pasamos la noche sin comer, por carecer de víveres, los cuales no pudieron ser adquiridos con la debida anticipación por carecer de fondos para ello”. La tropa, acampada en la parte oriental, tampoco probó alimento, "porque como ninguno se ocupaba del día de mañana no hicieron provisiones en Yungay, aparte de que todos carecían de dinero".
En la madrugada del 22 Cáceres y su escolta bordearon las lagunas, reuniéndose con el grueso del ejército. En retaguardia quedó el ingeniero Eléspuru, con encargo de destruir el serpenteante sendero, lo que verificó con cargas de dinamita, impidiendo así totalmente cualquier intento de persecución enemiga.

UN PASO CORTADO A PICO, ENTRE GRANÍTICAS ROCAS

Venía a continuación el cruce del Paso de Llanganuco y la idea fue tramontar rápidamente la cordillera para completar la jornada alcanzando Tingo, hacienda cercana al valle. A las 06:00 horas de ese día se inició el ascenso de una escarpada cuesta de tres leguas, por una senda escabrosa, angosta y deleznable. Todo se presentó difícil desde el primer momento, principalmente para las mulas, pues varias se despeñaron al abismo, arrastrando consigo jinetes y cargas. Tampoco el ganado pudo soportar el enrarecimiento del aire, desbandándose en diversas direcciones. Allí se pudo ver a Cáceres tratando de salvar parte del ganado, pues sin él no habría rancho para sus soldados.
Bien se puede suponer el esfuerzo que significó en esas circunstancias trasportar la artillería y el parque, que los abnegados breñeros debieron cargar a cuestas, según testimonio de Daniel de los Heros, uno de los participantes en esa jornada: "La subida de la cordillera por una cuesta de tres leguas empinada y pedregosa, donde están los picos más elevados de la cadena de los Andes en la parte que atraviesa el Perú, fue sumamente difícil, principalmente para el parque y la artillería, que en muchos trechos tuvo que pasarse al hombro, con inminente peligro para los soldados que en esta operación se empleaban, pues el más pequeño descuido los habría llevado al abismo”.
Tras pasar frente a los cerros Yupacoti y Matara, entraron en el Paso de Llanganuco, formado a pico en esas graníticas rocas, cuyo cruce fue aún más penoso. Pedro Manuel Rodríguez, secretario de Cáceres, apuntó al respecto: "Es necesario conocer esos lugares para apreciar las dificultades que venció nuestro ejército, comparables sólo con las que se le presentaron a Aníbal en su paso por los Alpes cuando invadió la Italia”.
A medida que se progresaba en el ascenso, sólo el elemento humano conservaba ánimo y fuerzas para seguir, pues allí pereció asfixiada gran parte de los animales de carga. Los oficiales tuvieron que desmontar de sus cabalgaduras para que éstas sirviesen en el transporte del parque, y porque al hacerse la subida más empinada y el camino más estrecho y en escalones, hubo necesidad de seguir a pie, llevando de las riendas las pocas bestias que se conservaban. La situación llegó a tal extremo que finalmente tuvo que abandonarse parte del parque, porque fue imposible continuar transportándolo.

“NUESTROS SOLDADOS TODO LO VENCIERON”

Años más tarde Cáceres rememoraría lo penosa y difícil que fue la ascensión de la cordillera: “Varias bestias con jinetes y otras con carga se desbarrancaron, precipitándose con rapidez extraordinaria por entre las profundidades de esas escarpadas rocas, sin esperanza alguna de salvación. Las dificultades y peligros aumentaron a medida que más se aproximaba el ejército a la cumbre. Los senderos eran cada vez más estrechos e inseguros, la respiración difícil, la visión atormentada por el 'surumpe’, el cansancio grande y el malestar del cuerpo enorme. Pero nuestros soldados todo lo vencieron y mediando la tarde alcanzaron la cumbre de la montaña”.
En efecto, a las 15:00 horas de aquel 22 de junio de 1883, el esforzado Ejército de La Breña completaba el cruce de la cordillera nevada, celebrándolo entre cánticos de victoria, según relató Abelardo Gamarra, otro partícipe de la singular hazaña: "Nuestra entusiasta y viril tropa... dominó la cumbre del imponente y enhiesto Llanganuco, alegre, cantando, llena de entereza y bizarría, sin doblegarse a la fatiga ni presentar un solo soldado acometido del soroche y todos en estado de empeñarse en un combate. Pocos ejércitos del mundo habrán atravesado una montaña de la elevación del Llanganuco".

"... Y SOBRE NUESTRAS CABEZAS, UN CIELO AZUL Y PROFUNDO"

Se les presentó entonces a la vista un espectáculo sublime y hermoso, tal y como lo describió Cáceres: "Desde allí pudimos contemplar, con emoción y cariño, el vasto panorama que ofrecía a nuestros ojos aquella región del territorio patrio; al Norte y al Sur una serie de picos nevados, que rematan la montaña de los Andes; al Oeste la cordillera Negra, que cierra el hermoso callejón de Huaylas; al Oriente, las dilatadas regiones de la selva, regadas por el caudaloso Marañón, y sobre nuestras cabezas un cielo azul y profundo".
Y no hubo tregua pues el ejército prosiguió la marcha, pasando frente a los cerros Omocucho y Santa Isabel, para plantar campamento una legua antes de la hacienda de Tingo, poco antes de caer la noche. Cáceres, que marchaba a retaguardia, llegó a ese campamento a las 21:00 horas, y tras un breve descanso, aprovechando la luz de la luna, continuó hacia Tingo, localidad que alcanzó cercana ya la medianoche.

samedi 21 juin 2014

21 de Junio

“¡VIVA EL PERÚ Y MUERA CHILE!” EL GRITO DE GUERRA DEL ZAMBO GUTIÉRREZ

 “¡VIVA EL PERÚ Y MUERA CHILE!” EL GRITO DE GUERRA DEL ZAMBO GUTIÉRREZ
Varios documentos prueban que los guerrilleros de la provincia de Cañete coordinaron acciones con el ejército de Cáceres y que en los días previos a la ofensiva de julio de 1882 no solo se enfrentaron a las guarniciones chilenas instaladas en esa región, sino también a los hacendados que habían hecho causa común con el enemigo. Esa traición provocó la repulsa del jefe guerrillero sargento mayor José Gutiérrez, que un día como hoy hace 132 años, el 21 de junio de 1882, hizo público el importante documento que aquí reproducimos:
REPÚBLICA PERUANA
Bando.-
El ciudadano José Gutiérrez, Sargento Mayor del Ejército peruano, con orden suficiente del benemérito señor General Cáceres, atendiendo a las desgracias que pudiera dar por resultado la orden de mi comisión, que en vista de ésta, se publique a los padres y madres de familia, tengan la honra de retirar a sus familias con el término de 24 horas facilitándoles la emigración como peruanos;
Por lo tanto, si no cumplen lo ordenado me hallaré obligado a incendiar la población como traidores a la patria.
¡VIVA EL PERÚ Y MUERA CHILE!, que en Huancayo se encuentran definidos.
Pacarán, Junio 21 de 1882.- 
JOSÉ GUTIÉRREZ.- F. SÁNCHEZ.
El documento fue publicado por el publicista chileno Pascual Ahumada Moreno, en el tomo VII de su “Recopilación Documental” (Valparaíso, 1890). Repetimos que prueba fehacientemente que Cáceres había destacado oficiales del ejército para comandar a las guerrillas del Sur Chico, entre los que figuraron el comandante Julio S. Salcedo, los sargentos mayores José Gutiérrez y N. Flores, los capitanes Adolfo C. Cisneros, Gutiérrez Pacheco, Juan Contreras, Valentín Toscano, Huapaya, Pachas y Durán, y los tenientes Ventura García y José del Carmen Jiménez.
Esas guerrillas estaban en vías de formar una división, y se disciplinaban militarmente, pero carecían de armamento aunque montaban buena cantidad de caballos. En algunas oportunidades acudieron a combatir armados los menos con fusiles y los más con lanzas u otras armas primitivas, como ocurría en la sierra central. El enemigo reconoció en ellos audacia y valentía, pues no pocas veces empeñaron lucha cuerpo a cuerpo hasta morir.
Los jefes patriotas de Cañete no descartaban la posibilidad de que el general Cáceres intentara un ataque a Lima bajando por Lunahuaná. Ello los alentaría a mantener en constante zozobra a las guarniciones enemigas, combatiéndolas con ataques sorpresivos, y por ello los chilenos hablaron de una “guerra de emboscadas”.
Los guerrilleros ejercieron el control de gran parte de la provincia, movilizándose por las haciendas siempre que la situación lo requería. Contaban para ello con el apoyo de la población campesina y llegaron a infundir gran temor entre los hacendados colaboracionistas. Algunos de éstos, corrigiendo su actitud primera, terminaron negándose a pagar los cupos exigidos por los chilenos, quienes en represalia destruyeron sus fundos.
Los guerrilleros cortaron el suministro de agua a los hacendados chilenófilos, saboteando de esa manera una producción que en nada beneficiaba a la resistencia. De allí que esos propietarios exigieran a los chilenos mayor severidad en la represión de los patriotas, a fin de lograr el “orden” que se ajustaba a sus conveniencias particulares.
En julio de ese año, el alto mando chileno en Lima ordenaría la movilización de un grueso contingente de tropas para aniquilar a las guerrillas del Sur Chico y el jefe de esa división, teniente coronel Manuel José Jarpa, se fijaría como objetivo principal acabar con el sargento mayor José Gutiérrez, a quien describió como “un zambo terrible que era jefe de las montoneras de Lunahuaná”.
(Imagen: Zambo, soldado de caballería. En "Lima", de Manuel Atanasio Fuentes, París, 1866).

 (Imagen: Zambo, soldado de caballería. En "Lima", de Manuel Atanasio Fuentes, París, 1866).

Varios documentos prueban que los guerrilleros de la provincia de Cañete coordinaron acciones con el ejército de Cáceres y que en los días previos a la ofensiva de julio de 1882 no solo se enfrentaron a las guarniciones chilenas instaladas en esa región, sino también a los hacendados que habían hecho causa común con el enemigo. Esa traición provocó la repulsa del jefe guerrillero sargento mayor José Gutiérrez, que un día como hoy hace 132 años, el 21 de junio de 1882, hizo público el importante documento que aquí reproducimos:

REPÚBLICA PERUANA
Bando.-
El ciudadano José Gutiérrez, Sargento Mayor del Ejército peruano, con orden suficiente del benemérito señor General Cáceres, atendiendo a las desgracias que pudiera dar por resultado la orden de mi comisión, que en vista de ésta, se publique a los padres y madres de familia, tengan la honra de retirar a sus familias con el término de 24 horas facilitándoles la emigración como peruanos;
Por lo tanto, si no cumplen lo ordenado me hallaré obligado a incendiar la población como traidores a la patria.
¡VIVA EL PERÚ Y MUERA CHILE!, que en Huancayo se encuentran definidos.
Pacarán, Junio 21 de 1882.-
JOSÉ GUTIÉRREZ.- F. SÁNCHEZ.

El documento fue publicado por el publicista chileno Pascual Ahumada Moreno, en el tomo VII de su “Recopilación Documental” (Valparaíso, 1890). Repetimos que prueba fehacientemente que Cáceres había destacado oficiales del ejército para comandar a las guerrillas del Sur Chico, entre los que figuraron el comandante Julio S. Salcedo, los sargentos mayores José Gutiérrez y N. Flores, los capitanes Adolfo C. Cisneros, Gutiérrez Pacheco, Juan Contreras, Valentín Toscano, Huapaya, Pachas y Durán, y los tenientes Ventura García y José del Carmen Jiménez.
Esas guerrillas estaban en vías de formar una división, y se disciplinaban militarmente, pero carecían de armamento aunque montaban buena cantidad de caballos. En algunas oportunidades acudieron a combatir armados los menos con fusiles y los más con lanzas u otras armas primitivas, como ocurría en la sierra central. El enemigo reconoció en ellos audacia y valentía, pues no pocas veces empeñaron lucha cuerpo a cuerpo hasta morir.
Los jefes patriotas de Cañete no descartaban la posibilidad de que el general Cáceres intentara un ataque a Lima bajando por Lunahuaná. Ello los alentaría a mantener en constante zozobra a las guarniciones enemigas, combatiéndolas con ataques sorpresivos, y por ello los chilenos hablaron de una “guerra de emboscadas”.
Los guerrilleros ejercieron el control de gran parte de la provincia, movilizándose por las haciendas siempre que la situación lo requería. Contaban para ello con el apoyo de la población campesina y llegaron a infundir gran temor entre los hacendados colaboracionistas. Algunos de éstos, corrigiendo su actitud primera, terminaron negándose a pagar los cupos exigidos por los chilenos, quienes en represalia destruyeron sus fundos.
Los guerrilleros cortaron el suministro de agua a los hacendados chilenófilos, saboteando de esa manera una producción que en nada beneficiaba a la resistencia. De allí que esos propietarios exigieran a los chilenos mayor severidad en la represión de los patriotas, a fin de lograr el “orden” que se ajustaba a sus conveniencias particulares.
En julio de ese año, el alto mando chileno en Lima ordenaría la movilización de un grueso contingente de tropas para aniquilar a las guerrillas del Sur Chico y el jefe de esa división, teniente coronel Manuel José Jarpa, se fijaría como objetivo principal acabar con el sargento mayor José Gutiérrez, a quien describió como “un zambo terrible que era jefe de las montoneras de Lunahuaná”.

vendredi 20 juin 2014

20 de Junio

FRANCISCO ANTONIO DE ZELA: "COMANDANTE MILITAR DE LA UNIÓN AMERICANA"

 FRANCISCO ANTONIO DE ZELA: "COMANDANTE MILITAR DE LA UNIÓN AMERICANA"
El 20 de junio de 1811, un día como hoy hace 203 años, se produjo en Tacna el levantamiento acaudillado por Francisco Antonio de Zela, considerado precursor de la independencia criolla. Ese movimiento se enmarca dentro de un confuso período con interesantes contradicciones. Por citar la principal, los alzados se manifestaron a favor del rey de España y en contra de los franceses, que habían invadido la península ibérica enarbolando el programa de la revolución burguesa. Sea como fuere, todo indica que la insurrección de Tacna fue sugerida por el doctor Juan José Castelli, jefe de las fuerzas argentinas que por orden de la Junta Gubernativa de Buenos Aires luchaba desde el año anterior contra los españoles en el Alto Perú.
Una vez capturada Tacna, como se logró el 20 de junio, el movimiento debió haberse extendido a Arica contando con el apoyo que Castelli prometió enviar. Pero por ironía del destino, el mismo día en que Zela se insurrecionaba, Castelli era derrotado por los realistas en los llanos de Guaqui, frustándose así el proyecto original. Al respecto, Teodoro Hampe Martínez nos ofrece los siguientes detalles:
"El 20 de junio un grupo de personas capitaneado por José Rosa Ara, hijo del cacique indígena de Tacna, logró tomar el cuartel de caballería y apoderarse de las armas, y luego hizo lo propio con el cuartel de infantería. A continuación el vecindario, despertado por el rumor de los hechos, comenzó a reunirse en las inmediaciones del cuartel dando vivas al rey, a la junta de Buenos Aires, a Castelli y a Zela. Esa misma noche se organizó una reunión en la casa de Zela, donde éste dio lectura a las últimas comunicaciones de Castelli, informó sobre los avances del ejército bonaerense y señaló que otras ciudades como Arequipa, Moquegua y Tarapacá también estaban dispuestas a sublevarse. El segundo día de la rebelión, sin enterarse aún del desastre de Guaqui, Zela se proclamó Comandante Militar de la Unión Americana y mandó publicar un bando donde anunciaba la inminente llegada de las tropas rioplatenses, prometiendo a sus conciudadanos que “la mansedumbre de mi corazón y la generosidad de nuestros restauradores, cuya personería ejerce el doctor don Juan José Castelli, darán a conocer el beneficio que os espera”. Luego llegaron refuerzos enviados por los jefes indígenas de Tarata, Sama, Locumba e Ilabaya; pero no llegaron las esperadas fuerzas de Arequipa ni de Tarapacá... El 23 de junio Zela fue víctima de un repentino ataque cerebral y debió ceder la conducción del movimiento a Rafael Gabino de Barrios. Esto coincidió con la llegada de las noticias sobre la derrota del ejército bonaerense en Guaqui, por lo que ya no se podía contar con los refuerzos indispensables para mantener la rebelión. Así, a pesar del entusiasmo y la buena disposición de los participantes, la insurrección quedó abortada".
Tenía entonces Zela 42 años y ejercía el oficio de ensayador y balanzario de la real caja de Arica, aunque residiendo en Tacna. Habíase casado con María Siles Antequera, de la cual tenía nueve hijos, todos menores de edad. No cabe duda que abrigó nobles ideales, granjeándose la simpatía de un importante sector de la ciudadanía tacneña, incluida la de los ayllus indígenas circundantes. Pero su salud se hallaba resquebrajada y no soportó la infausta nueva de la derrota de Castelli. 
No pudo reponerse de las crisis nerviosa que le sobrevino y la noche del 24 de junio fue tomado prisionero por una fuerza realista movilizada desde Arica. Varios meses lo tuvieron en la cárcel de Tacna, pasándolo luego a Arica y de allí a las mazmorras del Real Felipe del Callao, a la espera de su juicio. Demoró éste varios años y recién en 1814 se dictó el fallo condenándolo a muerte, pena que se conmutó por la de prisión perpetua, a cambio de veinte mil pesos entregados por personas amigas. El 28 de marzo de 1815, ya muy enfermo, Zela fue embarcado con destino a Panamá, para ser encerrado en el presidio de San Lorenzo de Chagres, donde seis años después se extinguió su vida.
Tomando como fuentes de referencia declaraciones del comandante Lucas Zela, hijo del precursor, y de José García Urrutia, su sobrino, que llegó a ser senador y consejero de estado, el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna consignó unos apuntes biográficos del precursor criollo en su obra “La revolución de la independencia del Perú desde 1809 a 1819”, publicada en Lima el año 1860. El historiador boliviano Juan R. Muñoz Carrera insertó esos mismos datos, aunque corrigiendo un error de Vicuña Mackenna, en su libro “La Guerra de los Quince Años en el Alto Perú o sea Fastos Políticos y Militares de Bolivia para servir a la Historia General de la Independencia de Sudamérica", publicado en Santiago el año 1867. El erudito Rómulo Cúneo Vidal, en su “Historia de las Insurrecciones de Tacna por la Independencia”, aportó nuevas luces para el conocimiento de esa gesta. Y, en tiempo reciente, la historiadora argentina Cristina Mazzeo, en un  ensayo sobre Juan José Castelli, que titula “La fuerza de la palabra dicha”, consigna una detallada descripción del movimiento tacneño de 1811.
(Imagen tomada del site Amautacuna de Historia).

 (Imagen tomada del site Amautacuna de Historia)

El 20 de junio de 1811, un día como hoy hace 203 años, se produjo en Tacna el levantamiento acaudillado por Francisco Antonio de Zela, considerado precursor de la independencia criolla. Ese movimiento se enmarca dentro de un confuso período con interesantes contradicciones. Por citar la principal, los alzados se manifestaron a favor del rey de España y en contra de los franceses, que habían invadido la península ibérica enarbolando el programa de la revolución burguesa. Sea como fuere, todo indica que la insurrección de Tacna fue sugerida por el doctor Juan José Castelli, jefe de las fuerzas argentinas que por orden de la Junta Gubernativa de Buenos Aires luchaba desde el año anterior contra los españoles en el Alto Perú.
Una vez capturada Tacna, como se logró el 20 de junio, el movimiento debió haberse extendido a Arica contando con el apoyo que Castelli prometió enviar. Pero por ironía del destino, el mismo día en que Zela se insurrecionaba, Castelli era derrotado por los realistas en los llanos de Guaqui, frustándose así el proyecto original. Al respecto, Teodoro Hampe Martínez nos ofrece los siguientes detalles:
"El 20 de junio un grupo de personas capitaneado por José Rosa Ara, hijo del cacique indígena de Tacna, logró tomar el cuartel de caballería y apoderarse de las armas, y luego hizo lo propio con el cuartel de infantería. A continuación el vecindario, despertado por el rumor de los hechos, comenzó a reunirse en las inmediaciones del cuartel dando vivas al rey, a la junta de Buenos Aires, a Castelli y a Zela. Esa misma noche se organizó una reunión en la casa de Zela, donde éste dio lectura a las últimas comunicaciones de Castelli, informó sobre los avances del ejército bonaerense y señaló que otras ciudades como Arequipa, Moquegua y Tarapacá también estaban dispuestas a sublevarse. El segundo día de la rebelión, sin enterarse aún del desastre de Guaqui, Zela se proclamó Comandante Militar de la Unión Americana y mandó publicar un bando donde anunciaba la inminente llegada de las tropas rioplatenses, prometiendo a sus conciudadanos que “la mansedumbre de mi corazón y la generosidad de nuestros restauradores, cuya personería ejerce el doctor don Juan José Castelli, darán a conocer el beneficio que os espera”. Luego llegaron refuerzos enviados por los jefes indígenas de Tarata, Sama, Locumba e Ilabaya; pero no llegaron las esperadas fuerzas de Arequipa ni de Tarapacá... El 23 de junio Zela fue víctima de un repentino ataque cerebral y debió ceder la conducción del movimiento a Rafael Gabino de Barrios. Esto coincidió con la llegada de las noticias sobre la derrota del ejército bonaerense en Guaqui, por lo que ya no se podía contar con los refuerzos indispensables para mantener la rebelión. Así, a pesar del entusiasmo y la buena disposición de los participantes, la insurrección quedó abortada".
Tenía entonces Zela 42 años y ejercía el oficio de ensayador y balanzario de la real caja de Arica, aunque residiendo en Tacna. Habíase casado con María Siles Antequera, de la cual tenía nueve hijos, todos menores de edad. No cabe duda que abrigó nobles ideales, granjeándose la simpatía de un importante sector de la ciudadanía tacneña, incluida la de los ayllus indígenas circundantes. Pero su salud se hallaba resquebrajada y no soportó la infausta nueva de la derrota de Castelli.
No pudo reponerse de las crisis nerviosa que le sobrevino y la noche del 24 de junio fue tomado prisionero por una fuerza realista movilizada desde Arica. Varios meses lo tuvieron en la cárcel de Tacna, pasándolo luego a Arica y de allí a las mazmorras del Real Felipe del Callao, a la espera de su juicio. Demoró éste varios años y recién en 1814 se dictó el fallo condenándolo a muerte, pena que se conmutó por la de prisión perpetua, a cambio de veinte mil pesos entregados por personas amigas. El 28 de marzo de 1815, ya muy enfermo, Zela fue embarcado con destino a Panamá, para ser encerrado en el presidio de San Lorenzo de Chagres, donde seis años después se extinguió su vida.
Tomando como fuentes de referencia declaraciones del comandante Lucas Zela, hijo del precursor, y de José García Urrutia, su sobrino, que llegó a ser senador y consejero de estado, el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna consignó unos apuntes biográficos del precursor criollo en su obra “La revolución de la independencia del Perú desde 1809 a 1819”, publicada en Lima el año 1860. El historiador boliviano Juan R. Muñoz Carrera insertó esos mismos datos, aunque corrigiendo un error de Vicuña Mackenna, en su libro “La Guerra de los Quince Años en el Alto Perú o sea Fastos Políticos y Militares de Bolivia para servir a la Historia General de la Independencia de Sudamérica", publicado en Santiago el año 1867. El erudito Rómulo Cúneo Vidal, en su “Historia de las Insurrecciones de Tacna por la Independencia”, aportó nuevas luces para el conocimiento de esa gesta. Y, en tiempo reciente, la historiadora argentina Cristina Mazzeo, en un ensayo sobre Juan José Castelli, que titula “La fuerza de la palabra dicha”, consigna una detallada descripción del movimiento tacneño de 1811.

jeudi 19 juin 2014

19 de Junio

EN LA RUTA DE LA BREÑA

 EN LA RUTA DE LA BREÑA
El 19 de junio de 1882, un día como hoy hace 132 años, tras un breve descanso en Huancavelica, el Ejército de La Breña reanudaba la marcha hacia Izcuchaca, estratégica posición escogida por el general Cáceres para ultimar los detalles del plan que había concebido para aniquilar a las guarniciones chilenas asentadas a lo largo del valle del Mantaro.
La hueste patriota había partido de Ayacucho el 1 de junio, siguiendo la ruta de Huanta –Acobamba – Huancavelica – Izcuchaca, dura travesía en la que se puso a prueba, una vez más, el temple de los soldados y guerrilleros. De ello nos dejó un emotivo testimonio  doña Antonia Moreno de Cáceres, la esposa del Jefe de La Breña, que con sus tres menores hijas compartió esa sacrificada marcha: 
“Los negros cerros se sucedían tétricos y en formas fantásticas; enormes bloques se destacaban semejando figuras humanas; parecían gigantescos monjes encapuchados, y tristes almas en pena, condenadas a vagar por aquellas agrestes soledades. Allí, a los pies de esos espectros de guerra, hacía alto el ejército que, cansado por la dura travesía, necesitaba unas horas de reposo restaurador de sus fuerzas agotadas. Era impresionante el cuadro que presentaban las siluetas de piedras sombrías en contraste con los uniformes militares y los vistosos y amplios trajes de las buenas indiecitas”.
En efecto, esforzadas rabonas acompañaban a los breñeros que a pesar de sus innumerables fatigas no perdían el ánimo, alistándose más bien para el inminente combate. Por eso, doña Antonia Moreno no pudo menos que rendirles un tributo de admiración: “Para los indios -escribió- las distancias no existen, pues son infatigables; hacen marchas prolongadas llevando sólo unas cuantas hojas de coca con cal en polvo por todo alimento. Por eso son excelentes soldados, muy resistentes en las marchas”. 
Se llegó a Acobamba por parajes inhospitalarios, transitando “escarpados cerros cubiertos de abrojos y de piedras que dificultaban el paso”. Marcharon los patriotas por rutas sólo conocidas por pastores de auquénidos, rutas en pendiente, resbaladizas y peligrosísimas. Y lo hicieron así porque Cáceres se propuso movilizar a su hueste sin que esto llegase a conocimiento del enemigo, que en todas partes tenía espías. Y se dice que incluso forjó nuevos senderos, “los cuales tan pronto parecían que llevaban al infinito como otras veces se decía que precipitarían a las tinieblas". 
Así, venciendo múltiples retos, el Ejército de La Breña llegó a Huancavelica el 17 de junio, para acampar allí durante tres días. Anota Basadre que ese alto tuvo como objetivo el acopio de recursos de diversa índole, indispensables para la movilidad de la tropa, que en ese lapso tuvo que soportar un clima casi glacial, pues ese invierno fue particularmente severo.
Como decíamos al iniciar esta nota, en la noche del 19 el Ejército de La Breña dejaba Huancavelica tomando la ruta de Acobambilla, para finalmente llegar a lzcuchaca el 20. En esta localidad Cáceres fue recibido por dos mil guerrilleros de las alturas, que se presentaron encabezados por el prefecto Tomás Patiño, como también una columna de soldados regulares al mando del coronel Miguel Gálvez. En Izcuchaca, localidad escogida como de operaciones, se prepararía la triunfal contraofensiva.

El 19 de junio de 1882, un día como hoy hace 132 años, tras un breve descanso en Huancavelica, el Ejército de La Breña reanudaba la marcha hacia Izcuchaca, estratégica posición escogida por el general Cáceres para ultimar los detalles del plan que había concebido para aniquilar a las guarniciones chilenas asentadas a lo largo del valle del Mantaro.
La hueste patriota había partido de Ayacucho el 1 de junio, siguiendo la ruta de Huanta –Acobamba – Huancavelica – Izcuchaca, dura travesía en la que se puso a prueba, una vez más, el temple de los soldados y guerrilleros. De ello nos dejó un emotivo testimonio doña Antonia Moreno de Cáceres, la esposa del Jefe de La Breña, que con sus tres menores hijas compartió esa sacrificada marcha:
“Los negros cerros se sucedían tétricos y en formas fantásticas; enormes bloques se destacaban semejando figuras humanas; parecían gigantescos monjes encapuchados, y tristes almas en pena, condenadas a vagar por aquellas agrestes soledades. Allí, a los pies de esos espectros de guerra, hacía alto el ejército que, cansado por la dura travesía, necesitaba unas horas de reposo restaurador de sus fuerzas agotadas. Era impresionante el cuadro que presentaban las siluetas de piedras sombrías en contraste con los uniformes militares y los vistosos y amplios trajes de las buenas indiecitas”.
En efecto, esforzadas rabonas acompañaban a los breñeros que a pesar de sus innumerables fatigas no perdían el ánimo, alistándose más bien para el inminente combate. Por eso, doña Antonia Moreno no pudo menos que rendirles un tributo de admiración: “Para los indios -escribió- las distancias no existen, pues son infatigables; hacen marchas prolongadas llevando sólo unas cuantas hojas de coca con cal en polvo por todo alimento. Por eso son excelentes soldados, muy resistentes en las marchas”.
Se llegó a Acobamba por parajes inhospitalarios, transitando “escarpados cerros cubiertos de abrojos y de piedras que dificultaban el paso”. Marcharon los patriotas por rutas sólo conocidas por pastores de auquénidos, rutas en pendiente, resbaladizas y peligrosísimas. Y lo hicieron así porque Cáceres se propuso movilizar a su hueste sin que esto llegase a conocimiento del enemigo, que en todas partes tenía espías. Y se dice que incluso forjó nuevos senderos, “los cuales tan pronto parecían que llevaban al infinito como otras veces se decía que precipitarían a las tinieblas".
Así, venciendo múltiples retos, el Ejército de La Breña llegó a Huancavelica el 17 de junio, para acampar allí durante tres días. Anota Basadre que ese alto tuvo como objetivo el acopio de recursos de diversa índole, indispensables para la movilidad de la tropa, que en ese lapso tuvo que soportar un clima casi glacial, pues ese invierno fue particularmente severo.
Como decíamos al iniciar esta nota, en la noche del 19 el Ejército de La Breña dejaba Huancavelica tomando la ruta de Acobambilla, para finalmente llegar a lzcuchaca el 20. En esta localidad Cáceres fue recibido por dos mil guerrilleros de las alturas, que se presentaron encabezados por el prefecto Tomás Patiño, como también una columna de soldados regulares al mando del coronel Miguel Gálvez. En Izcuchaca, localidad escogida como de operaciones, se prepararía la triunfal contraofensiva.

mercredi 18 juin 2014

18 de Junio

RESISTENCIA PATRIOTA CERCA DE JAYANCA Y CHONGOYAPE. FUSILAMIENTO DE CIPRIANO JIMÉNEZ, OTRO HÉROE OLVIDADO

RESISTENCIA PATRIOTA CERCA DE JAYANCA Y CHONGOYAPE.  FUSILAMIENTO DE CIPRIANO JIMÉNEZ, OTRO HÉROE OLVIDADO
En la mañana del 18 de junio de 1881, un día como hoy hace 133 años, una columna de invasores chilenos entraba en Pátapo, procedente de Chongoyape, para abordar allí el tren que los conduciría de regreso a Chiclayo. Culminaba así un nuevo ciclo de  operaciones en el Norte, que se inició el 7 de abril de 1881, cuando de la rada del Callao zarpó el crucero “Amazonas” llevando un grueso contingente de tropas, cuya misión era la contener la resistencia patriota en el Norte, donde se habían puesto en alarma las guarniciones chilenas, para ocupar Lambayeque y Piura y recabar allí cupos y derechos aduaneros. El alto mando chileno en Lima creía que Lizardo Montero, Jefe Superior Político y Militar del Norte, establecido en Cajamarca, alentaba la resistencia. 
Las tropas chilenas desembarcadas en el Norte no tuvieron mayor novedad hasta los primeros días de junio, en que recibieron informe de la presencia de guerrillas al interior de Lambayeque, cuyos jefes eran el coronel Gregorio Relaize y el teniente coronel Aurelio Suárez, prefecto y subprefecto de esa localidad, respectivamente. Según un parte oficial chileno, esos jefes peruanos “se ocupaban de levantar los pueblos de este departamento contra las fuerzas chilenas, y robar y saquear los fundos vecinos”.

COMBATES CERCA DE JAYANCA Y EN LAS AFUERAS DE CHONGOYAPE
Contra esas guerrillas movilizaron los chilenos una fuerza compuesta por el batallón “Lautaro” y el regimiento “Granaderos”, que el 13 de junio abrieron marcha hacia el fundo La Viña, donde se les informó que guerrilleros al mando del comandante Suárez los esperaban en Jayanca. El jefe chileno proyectó encerrar a los guerrilleros, por lo que dividió a sus tropas, ordenando a los “Granaderos” tomar el camino que conducía a Jayanca por su parte Sur y a los infantes del “Lautaro” caer sobre ese pueblo por la parte Norte. 
Pero los “Granaderos” se extraviaron, de modo que solo los del “Lautaro” se encontraron con los peruanos. Se trabó entonces un combate a lo largo de un callejón que conducía a Jayanca. Superados por la capacidad de fuego y después de sufrir numerosas bajas, los guerrilleros se internaron en un potrero lleno de monte. El enemigo regresó entonces a La Viña, desde donde por senderos despoblados tomó la ruta de Chongoyape, creyendo que allí encontraría a la guerrilla del coronel Relaize. 
En la mañana del 15 de junio los chilenos entraron en Chongoyape sin encontrar a los de Relaize que poco antes se habían retirado. Emprendieron entonces la persecución y sus jinetes alcanzaron a los peruanos en el camino que conducía a Cajamarca, produciéndose un nutrido intercambio de fuego. Viéndose superados los peruanos, optaron por retirarse orillando el río por la derecha, que era una zona muy montuosa. 

FUSILAMIENTO DEL HEROICO MAYOR CIPRIANO JIMÉNEZ
Continuaron los chilenos la persecución y después de algunas horas, tras otro breve combate, lograron tomar prisionero al sargento mayor Cipriano Jiménez, ayudante de Relaize, y a un telegrafista de Chiclayo que se había plegado a la guerrilla. Sin mayor trámite, el mayor Cipriano Jiménez fue fusilado en la plaza de Chongoyape el 16 de junio. Según el parte chileno, Jiménez, “además de ser de la montonera, era espía que disfrazado bajaba a inmediaciones de Chiclayo a observar nuestros movimientos y (era) portador de comunicaciones” (Parte de Arístides Martínez a Patricio Lynch, Trujillo, 29 de junio de 1881, en la Colección Ahumada Moreno). 
Además de este mártir, murieron otros diez peruanos en combate. El enemigo tomó  dos rifles, uno del sistema Henry, que le fue quitado a Jiménez, y otro de sistema Minié, cogido de uno de los muertos. Encontraron también notas de Montero y otros documentos pertenecientes a Relaize. El telegrafista capturado entregó al jefe enemigo, bajo amenaza de muerte, algunas piezas de la máquina que se hallaba guardada en Chiclayo, y que era de primera calidad.
De Chongoyape los chilenos se encaminaron a Pátapo, donde entraron en la mañana del 18, abordando allí el tren que los condujo de regreso a Chiclayo, como decíamos al empezar esta nota. Para entonces, los guerrilleros se habían reconcentrado en el pueblo de Llama, camino de Cajamarca.

LOS POLÍTICOS INVENTAN VICTORIAS E INTERCAMBIAN PUYAS
A propósito, era poco lo que en esa ciudad hacía Montero por alentar la resistencia patriota. Lo peor es que el periódico “La Realidad”, que circulaba como su vocero oficioso, difundía noticias falsas confundiendo a la opinión pública, por ejemplo al “confirmar” que un ejército chileno había sido completamente derrotado en Arequipa. Con ello solo provocó la burla del periódico “El Orden”, que circulaba en Lima como vocero de Francisco García Calderón y bajo el padrinazgo de los chilenos. 
“La Realidad”, el 6 de mayo, había publicado lo siguiente: “Nuevas cartas de Lima confirman la noticia de haber sido derrotado Baquedano en Arequipa. Se nos escribe que el ejército chileno atacó la ciudad por distintos caminos, todos minados, que hicieron oportuna explosión, a la cual siguió un ataque de nuestras fuerzas, cuyo resultado fue la derrota completa del enemigo, que dejó toda su artillería en nuestro poder. En Lima se obligaba a guardar absoluto silencio sobre este hecho, bajo severísimas penas. A un individuo que quiso divulgar la noticia en la plaza de la Inquisición, se le flageló, se le condujo preso y se le obligó a pagar 200 soles”.
“El Orden” respondió el 1 de junio: “La falsedad que inserta esa hoja oficial es de tal naturaleza, que toma un carácter cómico y risible. No se concibe, a la verdad, tanto descaro para hacer pasar a los pueblos por imbéciles, presentándoles verdaderas ruedas de molino para que practiquen su comunicación salvadora”.
Así, mientras los guerrilleros del interior de Lambayeque, como tantos otros patriotas de Junín, Pasco, Huánuco, la Sierra de Lima, Cañete, Ica, Tacna, etc., combatían por esos días a los invasores chilenos, los figurones políticos, en este caso García Calderón, el mal llamado “Mártir del Cautiverio” y el inefable Lizardo Montero, entonces al servicio de Piérola, solo intercambiaban puyas. 
Perú anárquico, aquel de 1881.
(Fotografía: Héctor José Guzmán Palomino).

 (Fotografía: Héctor José Guzmán Palomino). 

En la mañana del 18 de junio de 1881, un día como hoy hace 133 años, una columna de invasores chilenos entraba en Pátapo, procedente de Chongoyape, para abordar allí el tren que los conduciría de regreso a Chiclayo. Culminaba así un nuevo ciclo de operaciones en el Norte, que se inició el 7 de abril de 1881, cuando de la rada del Callao zarpó el crucero “Amazonas” llevando un grueso contingente de tropas, cuya misión era la contener la resistencia patriota en el Norte, donde se habían puesto en alarma las guarniciones chilenas, para ocupar Lambayeque y Piura y recabar allí cupos y derechos aduaneros. El alto mando chileno en Lima creía que Lizardo Montero, Jefe Superior Político y Militar del Norte, establecido en Cajamarca, alentaba la resistencia.
Las tropas chilenas desembarcadas en el Norte no tuvieron mayor novedad hasta los primeros días de junio, en que recibieron informe de la presencia de guerrillas al interior de Lambayeque, cuyos jefes eran el coronel Gregorio Relaize y el teniente coronel Aurelio Suárez, prefecto y subprefecto de esa localidad, respectivamente. Según un parte oficial chileno, esos jefes peruanos “se ocupaban de levantar los pueblos de este departamento contra las fuerzas chilenas, y robar y saquear los fundos vecinos”.

COMBATES CERCA DE JAYANCA Y EN LAS AFUERAS DE CHONGOYAPE

Contra esas guerrillas movilizaron los chilenos una fuerza compuesta por el batallón “Lautaro” y el regimiento “Granaderos”, que el 13 de junio abrieron marcha hacia el fundo La Viña, donde se les informó que guerrilleros al mando del comandante Suárez los esperaban en Jayanca. El jefe chileno proyectó encerrar a los guerrilleros, por lo que dividió a sus tropas, ordenando a los “Granaderos” tomar el camino que conducía a Jayanca por su parte Sur y a los infantes del “Lautaro” caer sobre ese pueblo por la parte Norte.
Pero los “Granaderos” se extraviaron, de modo que solo los del “Lautaro” se encontraron con los peruanos. Se trabó entonces un combate a lo largo de un callejón que conducía a Jayanca. Superados por la capacidad de fuego y después de sufrir numerosas bajas, los guerrilleros se internaron en un potrero lleno de monte. El enemigo regresó entonces a La Viña, desde donde por senderos despoblados tomó la ruta de Chongoyape, creyendo que allí encontraría a la guerrilla del coronel Relaize.
En la mañana del 15 de junio los chilenos entraron en Chongoyape sin encontrar a los de Relaize que poco antes se habían retirado. Emprendieron entonces la persecución y sus jinetes alcanzaron a los peruanos en el camino que conducía a Cajamarca, produciéndose un nutrido intercambio de fuego. Viéndose superados los peruanos, optaron por retirarse orillando el río por la derecha, que era una zona muy montuosa.

FUSILAMIENTO DEL HEROICO MAYOR CIPRIANO JIMÉNEZ

Continuaron los chilenos la persecución y después de algunas horas, tras otro breve combate, lograron tomar prisionero al sargento mayor Cipriano Jiménez, ayudante de Relaize, y a un telegrafista de Chiclayo que se había plegado a la guerrilla. Sin mayor trámite, el mayor Cipriano Jiménez fue fusilado en la plaza de Chongoyape el 16 de junio. Según el parte chileno, Jiménez, “además de ser de la montonera, era espía que disfrazado bajaba a inmediaciones de Chiclayo a observar nuestros movimientos y (era) portador de comunicaciones” (Parte de Arístides Martínez a Patricio Lynch, Trujillo, 29 de junio de 1881, en la Colección Ahumada Moreno).
Además de este mártir, murieron otros diez peruanos en combate. El enemigo tomó dos rifles, uno del sistema Henry, que le fue quitado a Jiménez, y otro de sistema Minié, cogido de uno de los muertos. Encontraron también notas de Montero y otros documentos pertenecientes a Relaize. El telegrafista capturado entregó al jefe enemigo, bajo amenaza de muerte, algunas piezas de la máquina que se hallaba guardada en Chiclayo, y que era de primera calidad.
De Chongoyape los chilenos se encaminaron a Pátapo, donde entraron en la mañana del 18, abordando allí el tren que los condujo de regreso a Chiclayo, como decíamos al empezar esta nota. Para entonces, los guerrilleros se habían reconcentrado en el pueblo de Llama, camino de Cajamarca.

LOS POLÍTICOS INVENTAN VICTORIAS E INTERCAMBIAN PUYAS

A propósito, era poco lo que en esa ciudad hacía Montero por alentar la resistencia patriota. Lo peor es que el periódico “La Realidad”, que circulaba como su vocero oficioso, difundía noticias falsas confundiendo a la opinión pública, por ejemplo al “confirmar” que un ejército chileno había sido completamente derrotado en Arequipa. Con ello solo provocó la burla del periódico “El Orden”, que circulaba en Lima como vocero de Francisco García Calderón y bajo el padrinazgo de los chilenos.
“La Realidad”, el 6 de mayo, había publicado lo siguiente: “Nuevas cartas de Lima confirman la noticia de haber sido derrotado Baquedano en Arequipa. Se nos escribe que el ejército chileno atacó la ciudad por distintos caminos, todos minados, que hicieron oportuna explosión, a la cual siguió un ataque de nuestras fuerzas, cuyo resultado fue la derrota completa del enemigo, que dejó toda su artillería en nuestro poder. En Lima se obligaba a guardar absoluto silencio sobre este hecho, bajo severísimas penas. A un individuo que quiso divulgar la noticia en la plaza de la Inquisición, se le flageló, se le condujo preso y se le obligó a pagar 200 soles”.
“El Orden” respondió el 1 de junio: “La falsedad que inserta esa hoja oficial es de tal naturaleza, que toma un carácter cómico y risible. No se concibe, a la verdad, tanto descaro para hacer pasar a los pueblos por imbéciles, presentándoles verdaderas ruedas de molino para que practiquen su comunicación salvadora”.
Así, mientras los guerrilleros del interior de Lambayeque, como tantos otros patriotas de Junín, Pasco, Huánuco, la Sierra de Lima, Cañete, Ica, Tacna, etc., combatían por esos días a los invasores chilenos, los figurones políticos, en este caso García Calderón, el mal llamado “Mártir del Cautiverio” y el inefable Lizardo Montero, entonces al servicio de Piérola, solo intercambiaban puyas.
Perú anárquico, aquel de 1881.

mardi 17 juin 2014

17 de Junio

ERNESTO LÓPEZ MINDREAU

 ERNESTO LÓPEZ MINDREAU
El 17 de junio de 1892, un día como hoy hace 122 años, nació en Chiclayo Ernesto López Mindreau, quien llegaría a ser uno de los más altos exponentes de la música clásica peruana. Inició su formación artística guiado por su padre, Christian López, y luego en Trujillo con Manuel José Tejada, para posteriormente ingresar a la Academia Nacional de Lima donde tuvo como maestros a Federido Gerdes y José María Valle Riestra. 
Viajó a Panamá en 1919, asumiendo la cátedra de piano en su Conservatorio y fundando más tarde una Academia de Música en la Zona del Canal. Pasó luego a Nueva York, perfeccionando sus conocimientos como alumno de los célebres Rachmaninoff y Stojowski. Becado por el gobierno peruano se trasladó a Europa en 1920, asistiendo a la Hochschule fur Musik de Berlín.
En abril de 1921 hizo su primera presentación como pianista en la Blüthner Saal de Berlín, ejecutando piezas de Beethoven y Scharwenka. Regresó a Lima en 1923, presentando en junio de ese año su “Fantasía, para piano y orquesta sobre motivos del Himno Nacional”. 
Viajó por segunda vez a Europa al año siguiente, estudiando en París donde el 5 de julio de 1926 estrenó su ópera “La Nueva Castilla”. 
Vuelto al Perú se hizo acreedor a los primeros premios de Música Vernácula, los años 1928, 1930 y 1933. Ejerció el magisterio musical en el Instituto Pedagógico de Lima y en la Universidad de Trujillo, y fue director de música del Ejército y de la Banda de Guardia Republicana.
Merecen citarse entre sus principales creaciones las óperas “Cajamarca” y “Francisco Pizarro”; su “Sinfonía Peruana”; “Temas y Variaciones” para piano y orquesta; “Marinera y Tondero”, para piano y orquesta; “Preludio en estilo antiguo”; “Preludio Incaico”; “Yaraví y Ballet” para orquesta; los valses “Evocación” y “Totito”; “Romanzas” para canto y piano; y varias marchas militares.
Obtuvo en 1961 las Palmas Magisteriales en el grado de Comendador y en 1966 el Premio de Fomento a la Cultura Luis Duncker Lavalle. Falleció casi en el ostracismo, el año 1972, según referencia de Edgar Valcárcel: "Injustamente aislado en su tierra natal y provincias aledañas y en la propia capital, centra su actividad en la docencia en el cargo de Director de la Escuela Regional de Música de Piura, en coros escolares y en bandas militares. Dolorosamente fallece sin haber coronado el sueño de su vida, la puesta en escena en Lima de su ópera "Cajamarca", obra que según relató el propio Ernesto López Mindreau estuvo a punto de ser presentada en Madrid gracias a la entusiasta acogida que le brindara el tenor Miguel Fleta, el Maestro Salvador García, director del Conservatorio de Madrid, y la compañía de Ópera que se disponía a su estreno, disuelta lamentablemente al inicio de la guerra civil española. Con dolor evocaba Don Ernesto el fusilamiento del tenor Fleta en aquellos dramáticos momentos".
http://www.youtube.com/watch?v=7KQg8SGNeV4
http://www.youtube.com/watch?v=7jCacLrJ34E
http://www.youtube.com/watch?v=VD193io6R2M

El 17 de junio de 1892, un día como hoy hace 122 años, nació en Chiclayo Ernesto López Mindreau, quien llegaría a ser uno de los más altos exponentes de la música clásica peruana. Inició su formación artística guiado por su padre, Christian López, y luego en Trujillo con Manuel José Tejada, para posteriormente ingresar a la Academia Nacional de Lima donde tuvo como maestros a Federido Gerdes y José María Valle Riestra.
Viajó a Panamá en 1919, asumiendo la cátedra de piano en su Conservatorio y fundando más tarde una Academia de Música en la Zona del Canal. Pasó luego a Nueva York, perfeccionando sus conocimientos como alumno de los célebres Rachmaninoff y Stojowski. Becado por el gobierno peruano se trasladó a Europa en 1920, asistiendo a la Hochschule fur Musik de Berlín.
En abril de 1921 hizo su primera presentación como pianista en la Blüthner Saal de Berlín, ejecutando piezas de Beethoven y Scharwenka. Regresó a Lima en 1923, presentando en junio de ese año su “Fantasía, para piano y orquesta sobre motivos del Himno Nacional”.
Viajó por segunda vez a Europa al año siguiente, estudiando en París donde el 5 de julio de 1926 estrenó su ópera “La Nueva Castilla”.
Vuelto al Perú se hizo acreedor a los primeros premios de Música Vernácula, los años 1928, 1930 y 1933. Ejerció el magisterio musical en el Instituto Pedagógico de Lima y en la Universidad de Trujillo, y fue director de música del Ejército y de la Banda de Guardia Republicana.
Merecen citarse entre sus principales creaciones las óperas “Cajamarca” y “Francisco Pizarro”; su “Sinfonía Peruana”; “Temas y Variaciones” para piano y orquesta; “Marinera y Tondero”, para piano y orquesta; “Preludio en estilo antiguo”; “Preludio Incaico”; “Yaraví y Ballet” para orquesta; los valses “Evocación” y “Totito”; “Romanzas” para canto y piano; y varias marchas militares.
Obtuvo en 1961 las Palmas Magisteriales en el grado de Comendador y en 1966 el Premio de Fomento a la Cultura Luis Duncker Lavalle. Falleció casi en el ostracismo, el año 1972, según referencia de Edgar Valcárcel: "Injustamente aislado en su tierra natal y provincias aledañas y en la propia capital, centra su actividad en la docencia en el cargo de Director de la Escuela Regional de Música de Piura, en coros escolares y en bandas militares. Dolorosamente fallece sin haber coronado el sueño de su vida, la puesta en escena en Lima de su ópera "Cajamarca", obra que según relató el propio Ernesto López Mindreau estuvo a punto de ser presentada en Madrid gracias a la entusiasta acogida que le brindara el tenor Miguel Fleta, el Maestro Salvador García, director del Conservatorio de Madrid, y la compañía de Ópera que se disponía a su estreno, disuelta lamentablemente al inicio de la guerra civil española. Con dolor evocaba Don Ernesto el fusilamiento del tenor Fleta en aquellos dramáticos momentos".
http://www.youtube.com/watch?v=7KQg8SGNeV4
http://www.youtube.com/watch?v=7jCacLrJ34E
http://www.youtube.com/watch?v=VD193io6R2M

lundi 16 juin 2014

16 de Junio

GUERRILLAS DE “CHOLOS” Y “NEGROS” RESISTEN A LOS CHILENOS EN PUEBLO VIEJO Y CAÑETE. TRECE JEFES PERUANOS SON FUSILADOS Y LOS HACENDADOS RECOMPENSAN A LOS INVASORES.


Las contradicciones de toda guerra.

 (Grabado inserto en el libro "Viaje pintoresco por las dos Américas", de Alcide d'Orbigny, Barcelona, 1842).

El 16 de junio de 1881, un día como hoy hace 133 años, una división chilena de las tres armas, que había salido del Callao a bordo del crucero “Amazonas”, iniciaba su desembarco en Cerro Azul con el objetivo de posesionarse de toda la provincia de Cañete. Su jefe, el comandante Baeza, recibió instrucciones de reprimir con el mayor rigor a los guerrilleros patriotas. Efectuaban ese desembarco cuando divisaron una fuerza peruana cerca a la playa, dispersándola a cañonazos; y el 17, tras un breve descanso, empezaron su avance al interior, hostigados de continuo por los guerrilleros que presentaron resistencia en varias líneas, perdiendo muchos hombres y agotando sus municiones.

“MATANZA DE CHOLOS Y NEGROS”

Sobre ello, el jefe chileno presentó el siguiente informe: “El 18 caía Puerto Viejo en poder de nuestra caballería, sin ninguna pérdida por nuestra parte y con trece o catorce muertos por la del enemigo, y ayer (19) por la mañana corría igual suerte el pueblo de Cañete, después de algunos ligeros combates, perdiendo por nuestra parte cuatro muertos del “Victoria” y algunos heridos del mismo, entre ellos y de gravedad el teniente señor Besoain”.
En Pueblo Viejo, según la prensa chilena, “el capitán Parra hizo fusilar a trece montoneros que fueron tomados con las armas en la mano. Al día siguiente se juntó a la avanzada de caballería el comandante Baeza con el resto de la tropa, y ocuparon el pueblo, después de un regular combate, según se nos cuenta, en el que la matanza de cholos y de negros no fue poca”.
Repárese en ese último dato: “cholos y negros” integrando juntos las guerrillas patriotas. Similar información hizo el general en jefe del ejército chileno: “Lima, junio 20 de 1881.- Al señor ministro de guerra.- “Victoria” y 110 “Cazadores”, mandados por Baeza y mayor Parra, jefe de estado mayor, desembarcaron en Cerro Azul. Parra, con “Cazadores”, hizo reconocimientos; atacado por muchas montoneras, él destrozó y fusiló 13 cabecillas, cumpliendo mis órdenes. Resto de fuerzas ocuparon pueblo después de resistencia. Matanza de negros y cholos no poca… - Lynch”.

“EL COMERCIO” Y “LA SITUACIÓN”

El periódico “La Situación”, que desde el 4 de junio de 1881 había sustituido a “La Actualidad” como vocero oficioso del ejército chileno en Lima, publicó un extenso editorial saludando como necesaria y oportuna la ocupación de Cañete, argumentando que con ello se ponía coto al “levantamiento de los negros”. Para este periódico, los que resistieron en Pueblo Viejo y Cañete no eran guerrilleros patriotas sino simples bandoleros negros.
Recuérdese que desde 1879 el Sur Chico se hallaba convulsionado por lo que “El Comercio” calificó como levantamiento de negros azuzado por la prédica comunista, juicio que repetirían luego los chilenos. Si bien resulta difícil diferenciar lo que fue la resistencia patriota de lo que fueron las rebeliones negras, parece que ambos movimientos se dieron paralelos e incluso algunas veces confluyendo.
Ciertamente hubo en esa región bandidaje y bandolerismo, antes, durante y después de la guerra con Chile; además, fue allí donde con mayor crudeza se dio el enfrentamiento racial entre negros y chinos, tal vez porque éstos desplazaron a aquellos como trabajadores de las haciendas. En cualquier caso, cabría preguntarse por qué transcurridas casi tres décadas desde que fuera abolida la esclavitud, los negros continuaban su lucha contra los hacendados. Es que aparentemente libres, pero marginados y menospreciados por una sociedad racista, se emplearon como semiesclavos en las haciendas, superviviendo tan mal como antes y sin poderse integrar a la “vida nacional”.

“¡VIVA EL PERÚ Y MUERA CHILE!”

Resulta por ello excepcional que negros, mulatos y zambos se integrasen con los indígenas que eran el soporte principal de las guerrillas patriotas del Sur Chico, participación conjunta sobre la cual existen incontestables testimonios, entre ellos el del sargento mayor José “Zambo” Gutiérrez, aquel cacerista que al mando de una de las columnas guerrilleras que actuaban en Cañete, hizo célebre el grito: “¡VIVA EL PERÚ Y MUERA CHILE”, hasta su glorioso holocausto en el combate de Montejato.

LOS HACENDADOS RECOMPENSAN A LOS CHILENOS

Convulsionado todo el Sur Chico, la mayoría de los propietarios de haciendas y fundos, entre los que había varios extranjeros, reclamó la presencia del ejército chileno, para que impusiese un “orden” que pusiese a salvo sus intereses económicos. Así lo entendió el periódico “La Situación”, señalando que la presencia chilena liberaba “el rico valle” y los “opulentos fundos” de Cañete.
Un total de 700 chilenos, entre infantes, jinetes y artilleros, fueron repartidos entre las guarniciones que se instalaron en Cerro Azul, Pueblo Viejo, Cañete e Imperial, donde de acuerdo a las circunstancias podían recibir apoyo de la guarnición establecida en Tambo de Mora, como avanzada de la división que ocupaba Pisco. El alto mando chileno consideró suficiente este despliegue de fuerzas para que los hacendados y comerciantes reanudasen sus actividades; y ambos grupos, por ende, se encargaron gustosamente de recompensar y mantener a la flamante "gendarmería" chilena que de momento los libraba de los “montoneros negros” y de las guerrillas patriotas.

dimanche 15 juin 2014

15 de Junio

LOS HOLANDESES, EL CALLAO, CHUQUITANTA Y LOS NEGROS

 LOS HOLANDESES, EL CALLAO, CHUQUITANTA Y LOS NEGROS
El 15 de junio de 1624, un día como hoy hace 390 años, el vicealmirante Hugues Schapenham, jefe de la escuadra holandesa anclada frente al Callao, propuso a las autoridades virreinales el canje de dos griegos desertores por treinta prisioneros que cogiera en un combate librado poco antes en tierra. Al no ser aceptada su propuesta por el virrey, hizo colgar de los mástiles de sus navíos a trece de esos prisioneros. 
Por entonces, España enfrentaba a  las Provincias Unidas de los Países Bajos, cuyos ricos mercaderes exigieron la protección del comercio que sus navíos realizaban en las costas de España y sus colonias, incluidas las de América, donde el “sistema de puerto único” o “monopolio comercial español” fue continuamente burlado. Y una Ordenanza de Corso permitió la organización de flotas de guerra que se despacharon para atacar a los españoles en sus colonias. 
En 1622 los holandeses incursionaron desde las Antillas en Cumaná, con poco éxito. Pero considerando la importancia de la empresa, los mercaderes de Amsterdam enviaron a continuación una poderosa escuadra compuesta de 11 navíos con 294 cañones y algo más de 1600 tripulantes, que al mando del almirante Jacques L’Heremite “salió de Texel a 29 de abril de 1623, con idea de entrar en el Pacífico, atacar a la flota conductora de plata desde el Callao a Panamá y poner pie en algún puerto del Perú, contando con atraerse a los negros esclavos ofreciéndoles libertad”.
Tras múltiples peripecias, la escuadra de L’Heremite dobló el Cabo de Hornos el 2 de febrero de 1624, anclando en la isla de Juan Fernández para reponer a su hueste, cargar suficiente agua, reparar sus navíos y montar sus cañones adecuadamente, con la intención de navegar al Callao sin detenerse en los puertos chilenos. Pero los tripulantes de una embarcación que apresó le informaron que la flota española que llevaba la plata del Perú había partido ya rumbo a Panamá. 
Pese a la mala nueva, L’Heremite puso proa al Callao, creyendo que podría tomar Lima, considerándola indefensa, y confiado, por otra parte, “de que al primer llamamiento apellidando libertad acudirían los negros esclavos del campo, siempre que el ataque se hiciera con prontitud, sin dar tiempo a la reunión de los españoles”, según cuenta la crónica.
El 7 de mayo, cuando se hallaba solazado en una corrida de toros, el virrey marqués de Guadalcázar fue informado del avistamiento en Mala de la escuadra holandesa. Antes que pensar en la defensa, hubo entonces pánico general, pues la aristocracia colonial solo pensó en huir al interior para poner a salvaguarda su riqueza. Pero no estaba tan indefensa la capital y el virrey destacó fuerzas de caballería e infantería que se situaron en sitios estratégicos, sobre todo para proteger las haciendas cercanas.
La escuadra holandesa entró en la bahía del Callao el 8 de mayo y L’Heremite desembarcó en Chuquitanta, sorprendiéndose de ver a tropas virreinales dispuestas a resistir su avance. Optó entonces por reembarcarse, y se instaló la isla de San Lorenzo. La noche del 11 provocó un combate, tomando prisioneros pero sufriendo al mismo tiempo algunas deserciones.
Para entonces se había agravado la enfermedad que el jefe holandés contrajera en las costas de África. Por ello su escuadra se mantuvo inactiva. Al morir L'Heremite la noche del 2 de junio, el mando recayó en el vicealmirante Hugues Schapenham, de quien hablábamos al empezar este artículo. Éste prolongaría cinco meses más su presencia frente al Callao, donde hizo quemar diecisiete navíos comerciales. Además, despachó flotillas que saquearon Guayaquil, cometieron excesos en Puná y atacaron Pisco, cuyos pobladores presentaron exitosa resistencia.
Navegando de regreso a Holanda, Schapenham temió ser desaprobado por los mercaderes que lo solventaban, por lo que inventó un gran combate frente al Callao entre doce navíos holandeses y treinta españoles, fantástica relación que se publicó en París ese mismo año 1624. Tiempo después, los mercaderes holandeses, organizados en la Compañía de las Indias Occidentales, convencerían al conde Mauricio de Nassau para apoderarse de un puerto brasileño como base de futuras operaciones de conquista.

El 15 de junio de 1624, un día como hoy hace 390 años, el vicealmirante Hugues Schapenham, jefe de la escuadra holandesa anclada frente al Callao, propuso a las autoridades virreinales el canje de dos griegos desertores por treinta prisioneros que cogiera en un combate librado poco antes en tierra. Al no ser aceptada su propuesta por el virrey, hizo colgar de los mástiles de sus navíos a trece de esos prisioneros.
Por entonces, España enfrentaba a las Provincias Unidas de los Países Bajos, cuyos ricos mercaderes exigieron la protección del comercio que sus navíos realizaban en las costas de España y sus colonias, incluidas las de América, donde el “sistema de puerto único” o “monopolio comercial español” fue continuamente burlado. Y una Ordenanza de Corso permitió la organización de flotas de guerra que se despacharon para atacar a los españoles en sus colonias.
En 1622 los holandeses incursionaron desde las Antillas en Cumaná, con poco éxito. Pero considerando la importancia de la empresa, los mercaderes de Amsterdam enviaron a continuación una poderosa escuadra compuesta de 11 navíos con 294 cañones y algo más de 1600 tripulantes, que al mando del almirante Jacques L’Heremite “salió de Texel a 29 de abril de 1623, con idea de entrar en el Pacífico, atacar a la flota conductora de plata desde el Callao a Panamá y poner pie en algún puerto del Perú, contando con atraerse a los negros esclavos ofreciéndoles libertad”.
Tras múltiples peripecias, la escuadra de L’Heremite dobló el Cabo de Hornos el 2 de febrero de 1624, anclando en la isla de Juan Fernández para reponer a su hueste, cargar suficiente agua, reparar sus navíos y montar sus cañones adecuadamente, con la intención de navegar al Callao sin detenerse en los puertos chilenos. Pero los tripulantes de una embarcación que apresó le informaron que la flota española que llevaba la plata del Perú había partido ya rumbo a Panamá.
Pese a la mala nueva, L’Heremite puso proa al Callao, creyendo que podría tomar Lima, considerándola indefensa, y confiado, por otra parte, “de que al primer llamamiento apellidando libertad acudirían los negros esclavos del campo, siempre que el ataque se hiciera con prontitud, sin dar tiempo a la reunión de los españoles”, según cuenta la crónica.
El 7 de mayo, cuando se hallaba solazado en una corrida de toros, el virrey marqués de Guadalcázar fue informado del avistamiento en Mala de la escuadra holandesa. Antes que pensar en la defensa, hubo entonces pánico general, pues la aristocracia colonial solo pensó en huir al interior para poner a salvaguarda su riqueza. Pero no estaba tan indefensa la capital y el virrey destacó fuerzas de caballería e infantería que se situaron en sitios estratégicos, sobre todo para proteger las haciendas cercanas.
La escuadra holandesa entró en la bahía del Callao el 8 de mayo y L’Heremite desembarcó en Chuquitanta, sorprendiéndose de ver a tropas virreinales dispuestas a resistir su avance. Optó entonces por reembarcarse, y se instaló la isla de San Lorenzo. La noche del 11 provocó un combate, tomando prisioneros pero sufriendo al mismo tiempo algunas deserciones.
Para entonces se había agravado la enfermedad que el jefe holandés contrajera en las costas de África. Por ello su escuadra se mantuvo inactiva. Al morir L'Heremite la noche del 2 de junio, el mando recayó en el vicealmirante Hugues Schapenham, de quien hablábamos al empezar este artículo. Éste prolongaría cinco meses más su presencia frente al Callao, donde hizo quemar diecisiete navíos comerciales. Además, despachó flotillas que saquearon Guayaquil, cometieron excesos en Puná y atacaron Pisco, cuyos pobladores presentaron exitosa resistencia.
Navegando de regreso a Holanda, Schapenham temió ser desaprobado por los mercaderes que lo solventaban, por lo que inventó un gran combate frente al Callao entre doce navíos holandeses y treinta españoles, fantástica relación que se publicó en París ese mismo año 1624. Tiempo después, los mercaderes holandeses, organizados en la Compañía de las Indias Occidentales, convencerían al conde Mauricio de Nassau para apoderarse de un puerto brasileño como base de futuras operaciones de conquista.

samedi 14 juin 2014

14 de Junio

 LOS CHILENOS PROFANARON DE MANERA ESPANTOSA EL CADÁVER DEL HEROICO CORONEL BOLOGNESI

LOS CHILENOS PROFANARON DE MANERA ESPANTOSA EL CADÁVER DEL HEROICO CORONEL BOLOGNESI
Un día como hoy hace 134 años, el 14 de junio de 1880, solo una semana después de la hecatombe de Arica, Gustavo Rodríguez, corresponsal del diario limeño “El Nacional”, remitiría una valiosa correspondencia sobre la batalla de la que fue protagonista y testigo, describiendo así sus momentos culminantes:
“La resistencia se había organizado ahí (en el Morro) de un modo desesperado... muerto el coronel Inclán, Arias y Arangüez y herido Varela, Blondel había quedado al mando de los restos... El éxito no era dudoso; dueños de las primeras trincheras, ¡ríndanse! gritaban los chilenos, y Bolognesi, el heroico viejecito, aún tenía la suficiente voz  para dejar oír su contestación sublime de: ‘¡No!... ¡Sobre mi cadáver!’. Una bala le destrozó el cráneo... Blondel, después de arrancar la bandera chilena que había sido puesta en el Morro, se precipitó hacia el mar, siguiendo el ejemplo del valiente, del denodado Ugarte. Momentos antes había muerto también el heroico Zavala a la cabeza de los pocos que quedaron de su batallón. Todo había concluido a las 8 a.m.; decimos mal: habían concluido esas escenas sublimes de heroísmo que nuestra historia y la del mundo guardarán siempre”.
Respecto a lo que sucedió con Bolognesi, el testimonio de Roque Sáenz Peña es singular. Como se sabe, este valiente argentino cayó herido en el Morro y solo se salvó de ser repasado porque un oficial chileno lo reconoció como extranjero y lo condujo prisionero a la ciudad de Arica. Fue entonces que pudo ver el cadáver de su heroico jefe profanado ya por los chilenos, con su cabeza destrozada sobre una piedra y sus sesos desparramados.  Escena de indescriptible horror que no se borró jamás de la memoria de Roque Sáenz Peña, según consignó su biógrafo Felipe Barreda Laos, de quien copiamos estas líneas condenatorias:
“En el trayecto, según el mismo (Sáenz Peña) se encargó de relatar después, experimentó una emoción terrible al pasar junto al cadáver del coronel Bolognesi, profanado por la soldadesca chilena, despojado de su casaca y de sus botas, con los ojos abiertos, el cráneo destrozado y la masa cerebral esparcida sobre la piedra con que había chocado su cabeza”. 
Imaginando ese episodio, ¿habrá peruano digno que justifique el “borrón y cuenta nueva” que se pretende hacer con la historia?





















Un día como hoy hace 134 años, el 14 de junio de 1880, solo una semana después de la hecatombe de Arica, Gustavo Rodríguez, corresponsal del diario limeño “El Nacional”, remitiría una valiosa correspondencia sobre la batalla de la que fue protagonista y testigo, describiendo así sus momentos culminantes:
“La resistencia se había organizado ahí (en el Morro) de un modo desesperado... muerto el coronel Inclán, Arias y Arangüez y herido Varela, Blondel había quedado al mando de los restos... El éxito no era dudoso; dueños de las primeras trincheras, ¡ríndanse! gritaban los chilenos, y Bolognesi, el heroico viejecito, aún tenía la suficiente voz para dejar oír su contestación sublime de: ‘¡No!... ¡Sobre mi cadáver!’. Una bala le destrozó el cráneo... Blondel, después de arrancar la bandera chilena que había sido puesta en el Morro, se precipitó hacia el mar, siguiendo el ejemplo del valiente, del denodado Ugarte. Momentos antes había muerto también el heroico Zavala a la cabeza de los pocos que quedaron de su batallón. Todo había concluido a las 8 a.m.; decimos mal: habían concluido esas escenas sublimes de heroísmo que nuestra historia y la del mundo guardarán siempre”.
Respecto a lo que sucedió con Bolognesi, el testimonio de Roque Sáenz Peña es singular. Como se sabe, este valiente argentino cayó herido en el Morro y solo se salvó de ser repasado porque un oficial chileno lo reconoció como extranjero y lo condujo prisionero a la ciudad de Arica. Fue entonces que pudo ver el cadáver de su heroico jefe profanado ya por los chilenos, con su cabeza destrozada sobre una piedra y sus sesos desparramados. Escena de indescriptible horror que no se borró jamás de la memoria de Roque Sáenz Peña, según consignó su biógrafo Felipe Barreda Laos, de quien copiamos estas líneas condenatorias:
“En el trayecto, según el mismo (Sáenz Peña) se encargó de relatar después, experimentó una emoción terrible al pasar junto al cadáver del coronel Bolognesi, profanado por la soldadesca chilena, despojado de su casaca y de sus botas, con los ojos abiertos, el cráneo destrozado y la masa cerebral esparcida sobre la piedra con que había chocado su cabeza”.
Imaginando ese episodio, ¿habrá peruano digno que justifique el “borrón y cuenta nueva” que se pretende hacer con la historia?


vendredi 13 juin 2014

13 de Junio

EL CÓNDOR DE LOS ALPES

EL CÓNDOR DE LOS ALPES
El 13 de junio de 1887, un día como hoy hace 127 años, nació en París Jorge Chávez Dartnell, hijo del matrimonio conformado por Manuel Gaspar Chávez Moreyra y María Rosa Dartnell y Guisse. Como tal, fue inscrito en el consulado peruano de la Ciudad Luz y aunque no pudo conocer el Perú proclamaría su peruanidad siempre, a lo largo de su corta pero brillante vida. Jorge Chávez brilla con luz propia entre los pioneros de la aviación  mundial, al lado de Santos Dumont del Brasil, Blériot de Francia y los hermanos Wright de los Estados Unidos de Norteamérica. Su histórica hazaña de trasponer los Alpes, en una máquina todavía rudimentaria y en los albores de la aviación, señaló el camino a los aviadores de hoy y marcó el derrotero a los hombres que dedican su vida a la conquista del espacio para beneficio de la humanidad.
Jorge Chávez a todos nos representa, porque llegó más alto y porque fijó como un símbolo el bicolor peruano en las cumbres alpinas. En él rimaron con insólita serenidad el valor consciente y la preclara inteligencia, dables sólo a un espíritu selecto como el suyo. Jorge Chávez llevaba en su corazón a la patria lejana, al Perú que soñaba en sus delirios de gloria y atesoraba en lo más recóndito de su ser. Decía que la aviación llevaría el progreso a su patria; y por eso pintó con grandes caracteres la palabra PERÚ en las alas o la hélice de su aeroplano. 
Los que estuvieron con él en Europa, contemplando de cerca sus hazañas, atestiguaron con íntima emoción que entre los recintos que guardaban los aeroplanos de los más célebres aviadores había uno que lucía alegre al soplo de los vientos la bandera peruana: era el recinto de Jorge Chávez. Y esa enseña querida la supo él levantar más allá de las nubes, repitiendo el lema que hizo inmortal: “Arriba, siempre arriba, hasta las estrellas”.
Sobre el patriotismo de Chávez, la prensa europea publicó por entonces el testimonio de Mr. Marlaci, quien recordó la manera cómo lo conoció en Londres: "Fue a fines del pasado mes de agosto (de 1910). Entraba yo a la legación del Perú cuando en esos mismos momentos salía un joven alto, pálido, de continente altivo y elegantemente vestido. Había tal atracción en su persona, tanta bondad en su mirada centelleante, y tal dulzura en la imperceptible sonrisa que dibujaban sus labios, que, sin quererlo, impulsado por uno de esos movimientos rápidos e irresistibles de la simpatía, lo saludé con un saludo de afecto y casi de respeto. Eduardo Leguía, el secretario de la legación, me dijo luego el nombre de ese desconocido para mí. Era Jorge Chávez, el aviador peruano que acababa de llegar triunfante a Londres, después de haber batido el récord de altura en Blackpool, llenando de admiración a los mismos ingleses, que rarísimas veces suelen exteriorizar sus admiraciones por los extraños. Su primera visita había sido para la legación de su patria, esa patria que él no conocía, pero que amaba con amor puro, amor que sólo son capaces de sentir las almas generosas y heroicas”.

El 13 de junio de 1887, un día como hoy hace 127 años, nació en París Jorge Chávez Dartnell, hijo del matrimonio conformado por Manuel Gaspar Chávez Moreyra y María Rosa Dartnell y Guisse. Como tal, fue inscrito en el consulado peruano de la Ciudad Luz y aunque no pudo conocer el Perú proclamaría su peruanidad siempre, a lo largo de su corta pero brillante vida. Jorge Chávez brilla con luz propia entre los pioneros de la aviación mundial, al lado de Santos Dumont del Brasil, Blériot de Francia y los hermanos Wright de los Estados Unidos de Norteamérica. Su histórica hazaña de trasponer los Alpes, en una máquina todavía rudimentaria y en los albores de la aviación, señaló el camino a los aviadores de hoy y marcó el derrotero a los hombres que dedican su vida a la conquista del espacio para beneficio de la humanidad.
Jorge Chávez a todos nos representa, porque llegó más alto y porque fijó como un símbolo el bicolor peruano en las cumbres alpinas. En él rimaron con insólita serenidad el valor consciente y la preclara inteligencia, dables sólo a un espíritu selecto como el suyo. Jorge Chávez llevaba en su corazón a la patria lejana, al Perú que soñaba en sus delirios de gloria y atesoraba en lo más recóndito de su ser. Decía que la aviación llevaría el progreso a su patria; y por eso pintó con grandes caracteres la palabra PERÚ en las alas o la hélice de su aeroplano.
Los que estuvieron con él en Europa, contemplando de cerca sus hazañas, atestiguaron con íntima emoción que entre los recintos que guardaban los aeroplanos de los más célebres aviadores había uno que lucía alegre al soplo de los vientos la bandera peruana: era el recinto de Jorge Chávez. Y esa enseña querida la supo él levantar más allá de las nubes, repitiendo el lema que hizo inmortal: “Arriba, siempre arriba, hasta las estrellas”.
Sobre el patriotismo de Chávez, la prensa europea publicó por entonces el testimonio de Mr. Marlaci, quien recordó la manera cómo lo conoció en Londres: "Fue a fines del pasado mes de agosto (de 1910). Entraba yo a la legación del Perú cuando en esos mismos momentos salía un joven alto, pálido, de continente altivo y elegantemente vestido. Había tal atracción en su persona, tanta bondad en su mirada centelleante, y tal dulzura en la imperceptible sonrisa que dibujaban sus labios, que, sin quererlo, impulsado por uno de esos movimientos rápidos e irresistibles de la simpatía, lo saludé con un saludo de afecto y casi de respeto. Eduardo Leguía, el secretario de la legación, me dijo luego el nombre de ese desconocido para mí. Era Jorge Chávez, el aviador peruano que acababa de llegar triunfante a Londres, después de haber batido el récord de altura en Blackpool, llenando de admiración a los mismos ingleses, que rarísimas veces suelen exteriorizar sus admiraciones por los extraños. Su primera visita había sido para la legación de su patria, esa patria que él no conocía, pero que amaba con amor puro, amor que sólo son capaces de sentir las almas generosas y heroicas”.

jeudi 12 juin 2014

12 de Junio

CÁCERES Y EL EJÉRCITO DE LA BREÑA EN CHAVÍN

 CÁCERES Y EL EJÉRCITO DE LA BREÑA EN CHAVÍN

El 12 de junio de 1883, un día como hoy hace 131 años, el Ejército de La Breña, al mando del general Cáceres, llegaba al pueblo de Chavín, en su penosa retirada al norte perseguido por los chilenos y los traidores. Merced a la actividad del subprefecto Boubi el pueblo acudió a tributar triunfal bienvenida: "adornaron las calles con vistosos arcos y banderas y prepararon un rancho abundante", apuntó Abelardo Gamarra, partícipe de esa jornada. 
En Chavín ofrecieron cabalgaduras a los oficiales, muchos de los cuales seguían a pie la dura marcha. Cáceres pensó entonces lo bueno que hubiese sido que esos elementos de movilidad los hubiese logrado antes, pues en el tránsito, por falta de ellos, dejó varias cargas de municiones, que ya no recuperaría, y algunos enfermos, que serían víctimas de la barbarie chilena, como el subprefecto de Canta, Pardo, que moriría cruelmente asesinado en Aguamiro, según relato de doña Antonia Moreno de Cáceres. 
Ese patriota reivindicó a Canta de la deshonra, pues supo oponerse a varios de sus paisanos que comandados por Manuel de la Encarnación Vento lucharon del lado de los chilenos. Posiblemente fue ello la causa de su inicuo asesinato, ordenado por Luis Milón Duarte, que vestía traje de coronel y servía de guía a los chilenos, tras haber sido proclamado Jefe Superior del Centro por el traidor Miguel Iglesias.
Chavín, pueblo de temperatura agradable y de habitantes patriotas, sirvió de campamento a Cáceres durante dos días. El 13, los secretarios del general le solicitaron autorización para visitar las cercanas ruinas preincaicas, permiso que, lógicamente, fue concedido. Daniel de los Heros y Pedro Manuel Rodríguez encontraron así una nueva ocasión para fungir de arqueólogos aficionados, como antes lo hicieran en Huanucopampa, dejándonos de Chavín el siguiente testimonio: 
“Este monumento, que ha sido visitado por muchos viajeros según se ve en las inscripciones que ha dejado cada uno de ellos, pertenece sin duda a la época anterior a los Incas, pues su construcción no tiene semejanza con las del imperio. Es todo de piedra, grandes masas toscamente labradas, pero perfectamente unidas. Se compone de una serie de callejones estrechos y cruzados en diversas direcciones; a cortas distancias, también hay espacios, también estrechos, que parecen cuartos. En el centro se eleva una mole, como especie de columna, de forma prismática y con grabados por los lados, representando cabezas de dragones, cadenas, manos y caras humanas. El comandante La Puente y el amanuense Cortez sacaron un dibujo, que arreglado después por el señor Paz, profesor de la Escuela de Ingenieros, fue fotografiado por el ingeniero Remy, profesor del mismo establecimiento. El palacio consta de dos pisos; se dice que se comunica por debajo del río con un cerro vecino. Es un verdadero laberinto, se necesita penetrar con un guía para no perderse; tiene más bien el aspecto y forma de prisión, que de palacio. En muchos puntos está destruido por las excavaciones que se han hecho buscando tesoros [. . .] El puente del río, que atraviesa el pueblo, es de una sola piedra de once metros de largo y de cerca de dos de ancho, que ha sido extraída del mismo palacio. Siguiendo la costumbre de los visitantes, antes de retirarnos dejamos algunas inscripciones, como recuerdo del paso por ese pueblo del ejército nacional en época tan angustiosa”.
Durante la permanencia en Chavín, nada supo Cáceres sobre el movimiento de los chilenos, que en esos días acampaban en Aguamiro.
(Fotografía del Intip Churin Guzmán Palomino, que recientemente transitó por Chavín pueblo y Chavín sitio aerqueológico).

 (Fotografía del Intip Churin Guzmán Palomino, que recientemente transitó por Chavín pueblo y Chavín sitio aerqueológico).

El 12 de junio de 1883, un día como hoy hace 131 años, el Ejército de La Breña, al mando del general Cáceres, llegaba al pueblo de Chavín, en su penosa retirada al norte perseguido por los chilenos y los traidores. Merced a la actividad del subprefecto Boubi el pueblo acudió a tributar triunfal bienvenida: "adornaron las calles con vistosos arcos y banderas y prepararon un rancho abundante", apuntó Abelardo Gamarra, partícipe de esa jornada.
En Chavín ofrecieron cabalgaduras a los oficiales, muchos de los cuales seguían a pie la dura marcha. Cáceres pensó entonces lo bueno que hubiese sido que esos elementos de movilidad los hubiese logrado antes, pues en el tránsito, por falta de ellos, dejó varias cargas de municiones, que ya no recuperaría, y algunos enfermos, que serían víctimas de la barbarie chilena, como el subprefecto de Canta, Pardo, que moriría cruelmente asesinado en Aguamiro, según relato de doña Antonia Moreno de Cáceres.
Ese patriota reivindicó a Canta de la deshonra, pues supo oponerse a varios de sus paisanos que comandados por Manuel de la Encarnación Vento lucharon del lado de los chilenos. Posiblemente fue ello la causa de su inicuo asesinato, ordenado por Luis Milón Duarte, que vestía traje de coronel y servía de guía a los chilenos, tras haber sido proclamado Jefe Superior del Centro por el traidor Miguel Iglesias.
Chavín, pueblo de temperatura agradable y de habitantes patriotas, sirvió de campamento a Cáceres durante dos días. El 13, los secretarios del general le solicitaron autorización para visitar las cercanas ruinas preincaicas, permiso que, lógicamente, fue concedido. Daniel de los Heros y Pedro Manuel Rodríguez encontraron así una nueva ocasión para fungir de arqueólogos aficionados, como antes lo hicieran en Huanucopampa, dejándonos de Chavín el siguiente testimonio:
“Este monumento, que ha sido visitado por muchos viajeros según se ve en las inscripciones que ha dejado cada uno de ellos, pertenece sin duda a la época anterior a los Incas, pues su construcción no tiene semejanza con las del imperio. Es todo de piedra, grandes masas toscamente labradas, pero perfectamente unidas. Se compone de una serie de callejones estrechos y cruzados en diversas direcciones; a cortas distancias, también hay espacios, también estrechos, que parecen cuartos. En el centro se eleva una mole, como especie de columna, de forma prismática y con grabados por los lados, representando cabezas de dragones, cadenas, manos y caras humanas. El comandante La Puente y el amanuense Cortez sacaron un dibujo, que arreglado después por el señor Paz, profesor de la Escuela de Ingenieros, fue fotografiado por el ingeniero Remy, profesor del mismo establecimiento. El palacio consta de dos pisos; se dice que se comunica por debajo del río con un cerro vecino. Es un verdadero laberinto, se necesita penetrar con un guía para no perderse; tiene más bien el aspecto y forma de prisión, que de palacio. En muchos puntos está destruido por las excavaciones que se han hecho buscando tesoros [. . .] El puente del río, que atraviesa el pueblo, es de una sola piedra de once metros de largo y de cerca de dos de ancho, que ha sido extraída del mismo palacio. Siguiendo la costumbre de los visitantes, antes de retirarnos dejamos algunas inscripciones, como recuerdo del paso por ese pueblo del ejército nacional en época tan angustiosa”.
Durante la permanencia en Chavín, nada supo Cáceres sobre el movimiento de los chilenos, que en esos días acampaban en Aguamiro.