dimanche 22 juin 2014

22 de Junio

EL PASO DE LLANGANUCO: PORTENTOSA HAZAÑA DEL EJÉRCITO DE CÁCERES

 Photo : EL PASO DE LLANGANUCO: PORTENTOSA HAZAÑA DEL EJÉRCITO DE CÁCERES
Un día como hoy hace 131 años, el 22 de junio de 1883, el Ejército de La Breña tramontaba la cordillera de Llanganuco, portentosa hazaña que sólo encuentra comparación con la que efectuó Aníbal en el cruce de los Alpes. Los chilenos que marchaban en su persecución no se atrevieron a tanto, pero la hueste patriota iba  a encontrar otras divisiones enemigas más adelante, enfrentándolas heroicamente hasta el sublime holocausto en Huamachuco. 

"SOPORTANDO LOS RIGORES DEL FRÍO Y DEL HAMBRE"
A primera hora del 21 de junio se inició la marcha de la hueste patriota por la quebrada de Llanganuco, atravesando un terreno montuoso y pedregoso conocido como "Calzada de Barbacoas". Cáceres dejó Yungay recién cuatro horas después, pero tomó rápidamente la delantera para ordenar un descanso en la estancia denominada "Antuco", al pie de la imponente cordillera “cubierta de su eterno manto de nieve secular y de aspecto salvaje, lúgubre y sombrío, por sus oscuros grupos graníticos, que se elevan cortados a pico en medio de esos desolados páramos".
Al reanudar la marcha el ejército patriota penetró en un desfiladero formado por rocas cortadas casi a pico, que conducía a las lagunas de Llanganuco, teniendo a izquierda los picachos nevados del Huandoy y a derecha el macizo Huascarán. Hubo luego que bordear las lagunas, siguiendo "una senda estrecha practicada en las rocas”, y pese a las múltiples dificultades, lograron pasar los soldados, el parque, la artillería y algún ganado que llevaban, quedando esta vez Cáceres a retaguardia en previsión de que el enemigo los hubiese seguido. 
Allí permaneció el jefe patriota toda la noche, soportando los rigores del frío y del hambre: "Yo con mi escolta -anotó en sus Memorias— pernocté en el lado occidental para atender a las emergencias que pudieran sobrevenir. Pasamos la noche sin comer, por carecer de víveres, los cuales no pudieron ser adquiridos con la debida anticipación por carecer de fondos para ello”. La tropa, acampada en la parte oriental, tampoco probó alimento, "porque como ninguno se ocupaba del día de mañana no hicieron provisiones en Yungay, aparte de que todos carecían de dinero".
En la madrugada del 22 Cáceres y su escolta bordearon las lagunas, reuniéndose con el grueso del ejército. En retaguardia quedó el ingeniero Eléspuru, con encargo de destruir el serpenteante sendero, lo que verificó con cargas de dinamita, impidiendo así totalmente cualquier intento de persecución enemiga. 

UN PASO CORTADO A PICO, ENTRE GRANÍTICAS ROCAS
Venía a continuación el cruce del Paso de Llanganuco y la idea fue tramontar rápidamente la cordillera para completar la jornada alcanzando Tingo, hacienda cercana al valle. A las 06:00 horas de ese día se inició el ascenso de una escarpada cuesta de tres leguas, por una senda escabrosa, angosta y deleznable. Todo se presentó difícil desde el primer momento, principalmente para las mulas, pues varias se despeñaron al abismo, arrastrando consigo jinetes y cargas. Tampoco el ganado pudo soportar el enrarecimiento del aire, desbandándose en diversas direcciones. Allí se pudo ver a Cáceres tratando de salvar parte del ganado, pues sin él no habría rancho para sus soldados.
Bien se puede suponer el esfuerzo que significó en esas circunstancias trasportar la artillería y el parque, que los abnegados breñeros debieron cargar a cuestas, según testimonio de Daniel de los Heros, uno de los participantes en esa jornada: "La subida de la cordillera por una cuesta de tres leguas empinada y pedregosa, donde están los picos más elevados de la cadena de los Andes en la parte que atraviesa el Perú, fue sumamente difícil, principalmente para el parque y la artillería, que en muchos trechos tuvo que pasarse al hombro, con inminente peligro para los soldados que en esta operación se empleaban, pues el más pequeño descuido los habría llevado al abismo”.
Tras pasar frente a los cerros Yupacoti y Matara, entraron en el Paso de Llanganuco, formado a pico en esas graníticas rocas, cuyo cruce fue aún más penoso. Pedro Manuel Rodríguez, secretario de Cáceres, apuntó al respecto: "Es necesario conocer esos lugares para apreciar las dificultades que venció nuestro ejército, comparables sólo con las que se le presentaron a Aníbal en su paso por los Alpes cuando invadió la Italia”.
A medida que se progresaba en el ascenso, sólo el elemento humano conservaba ánimo y fuerzas para seguir, pues allí pereció asfixiada gran parte de los animales de carga. Los oficiales tuvieron que desmontar de sus cabalgaduras para que éstas sirviesen en el transporte del parque, y porque al hacerse la subida más empinada y el camino más estrecho y en escalones, hubo necesidad de seguir a pie, llevando de las riendas las pocas bestias que se conservaban. La situación llegó a tal extremo que finalmente tuvo que abandonarse parte del parque, porque fue imposible continuar transportándolo.

“NUESTROS SOLDADOS TODO LO VENCIERON”
Años más tarde Cáceres rememoraría lo penosa y difícil que fue la ascensión de la cordillera: “Varias bestias con jinetes y otras con carga se desbarrancaron, precipitándose con rapidez extraordinaria por entre las profundidades de esas escarpadas rocas, sin esperanza alguna de salvación. Las dificultades y peligros aumentaron a medida que más se aproximaba el ejército a la cumbre. Los senderos eran cada vez más estrechos e inseguros, la respiración difícil, la visión atormentada por el 'surumpe’, el cansancio grande y el malestar del cuerpo enorme. Pero nuestros soldados todo lo vencieron y mediando la tarde alcanzaron la cumbre de la montaña”.
En efecto, a las 15:00 horas de aquel 22 de junio de 1883, el esforzado Ejército de La Breña completaba el cruce de la cordillera nevada, celebrándolo entre cánticos de victoria, según relató Abelardo Gamarra, otro partícipe de la singular hazaña: "Nuestra entusiasta y viril tropa... dominó la cumbre del imponente y enhiesto Llanganuco, alegre, cantando, llena de entereza y bizarría, sin doblegarse a la fatiga ni presentar un solo soldado acometido del soroche y todos en estado de empeñarse en un combate. Pocos ejércitos del mundo habrán atravesado una montaña de la elevación del Llanganuco".

"... Y SOBRE NUESTRAS CABEZAS, UN CIELO AZUL Y PROFUNDO"
Se les presentó entonces a la vista un espectáculo sublime y hermoso, tal y como lo describió Cáceres: "Desde allí pudimos contemplar, con emoción y cariño, el vasto panorama que ofrecía a nuestros ojos aquella región del territorio patrio; al Norte y al Sur una serie de picos nevados, que rematan la montaña de los Andes; al Oeste la cordillera Negra, que cierra el hermoso callejón de Huaylas; al Oriente, las dilatadas regiones de la selva, regadas por el caudaloso Marañón, y sobre nuestras cabezas un cielo azul y profundo".
Y no hubo tregua pues el ejército prosiguió la marcha, pasando frente a los cerros Omocucho y Santa Isabel, para plantar campamento una legua antes de la hacienda de Tingo, poco antes de caer la noche. Cáceres, que marchaba a retaguardia, llegó a ese campamento a las 21:00 horas, y tras un breve descanso, aprovechando la luz de la luna, continuó hacia Tingo, localidad que alcanzó cercana ya la medianoche.
(Imagen: El Paso de Llanganuco, recorrido y fotografiado recientemente por el Intip Churin Miguel Guzmán Palomino).

(Imagen: El Paso de Llanganuco, recorrido y fotografiado recientemente por el Intip Churin Miguel Guzmán Palomino).
 
 
Un día como hoy hace 131 años, el 22 de junio de 1883, el Ejército de La Breña tramontaba la cordillera de Llanganuco, portentosa hazaña que sólo encuentra comparación con la que efectuó Aníbal en el cruce de los Alpes. Los chilenos que marchaban en su persecución no se atrevieron a tanto, pero la hueste patriota iba a encontrar otras divisiones enemigas más adelante, enfrentándolas heroicamente hasta el sublime holocausto en Huamachuco.

"SOPORTANDO LOS RIGORES DEL FRÍO Y DEL HAMBRE"

A primera hora del 21 de junio se inició la marcha de la hueste patriota por la quebrada de Llanganuco, atravesando un terreno montuoso y pedregoso conocido como "Calzada de Barbacoas". Cáceres dejó Yungay recién cuatro horas después, pero tomó rápidamente la delantera para ordenar un descanso en la estancia denominada "Antuco", al pie de la imponente cordillera “cubierta de su eterno manto de nieve secular y de aspecto salvaje, lúgubre y sombrío, por sus oscuros grupos graníticos, que se elevan cortados a pico en medio de esos desolados páramos".
Al reanudar la marcha el ejército patriota penetró en un desfiladero formado por rocas cortadas casi a pico, que conducía a las lagunas de Llanganuco, teniendo a izquierda los picachos nevados del Huandoy y a derecha el macizo Huascarán. Hubo luego que bordear las lagunas, siguiendo "una senda estrecha practicada en las rocas”, y pese a las múltiples dificultades, lograron pasar los soldados, el parque, la artillería y algún ganado que llevaban, quedando esta vez Cáceres a retaguardia en previsión de que el enemigo los hubiese seguido.
Allí permaneció el jefe patriota toda la noche, soportando los rigores del frío y del hambre: "Yo con mi escolta -anotó en sus Memorias— pernocté en el lado occidental para atender a las emergencias que pudieran sobrevenir. Pasamos la noche sin comer, por carecer de víveres, los cuales no pudieron ser adquiridos con la debida anticipación por carecer de fondos para ello”. La tropa, acampada en la parte oriental, tampoco probó alimento, "porque como ninguno se ocupaba del día de mañana no hicieron provisiones en Yungay, aparte de que todos carecían de dinero".
En la madrugada del 22 Cáceres y su escolta bordearon las lagunas, reuniéndose con el grueso del ejército. En retaguardia quedó el ingeniero Eléspuru, con encargo de destruir el serpenteante sendero, lo que verificó con cargas de dinamita, impidiendo así totalmente cualquier intento de persecución enemiga.

UN PASO CORTADO A PICO, ENTRE GRANÍTICAS ROCAS

Venía a continuación el cruce del Paso de Llanganuco y la idea fue tramontar rápidamente la cordillera para completar la jornada alcanzando Tingo, hacienda cercana al valle. A las 06:00 horas de ese día se inició el ascenso de una escarpada cuesta de tres leguas, por una senda escabrosa, angosta y deleznable. Todo se presentó difícil desde el primer momento, principalmente para las mulas, pues varias se despeñaron al abismo, arrastrando consigo jinetes y cargas. Tampoco el ganado pudo soportar el enrarecimiento del aire, desbandándose en diversas direcciones. Allí se pudo ver a Cáceres tratando de salvar parte del ganado, pues sin él no habría rancho para sus soldados.
Bien se puede suponer el esfuerzo que significó en esas circunstancias trasportar la artillería y el parque, que los abnegados breñeros debieron cargar a cuestas, según testimonio de Daniel de los Heros, uno de los participantes en esa jornada: "La subida de la cordillera por una cuesta de tres leguas empinada y pedregosa, donde están los picos más elevados de la cadena de los Andes en la parte que atraviesa el Perú, fue sumamente difícil, principalmente para el parque y la artillería, que en muchos trechos tuvo que pasarse al hombro, con inminente peligro para los soldados que en esta operación se empleaban, pues el más pequeño descuido los habría llevado al abismo”.
Tras pasar frente a los cerros Yupacoti y Matara, entraron en el Paso de Llanganuco, formado a pico en esas graníticas rocas, cuyo cruce fue aún más penoso. Pedro Manuel Rodríguez, secretario de Cáceres, apuntó al respecto: "Es necesario conocer esos lugares para apreciar las dificultades que venció nuestro ejército, comparables sólo con las que se le presentaron a Aníbal en su paso por los Alpes cuando invadió la Italia”.
A medida que se progresaba en el ascenso, sólo el elemento humano conservaba ánimo y fuerzas para seguir, pues allí pereció asfixiada gran parte de los animales de carga. Los oficiales tuvieron que desmontar de sus cabalgaduras para que éstas sirviesen en el transporte del parque, y porque al hacerse la subida más empinada y el camino más estrecho y en escalones, hubo necesidad de seguir a pie, llevando de las riendas las pocas bestias que se conservaban. La situación llegó a tal extremo que finalmente tuvo que abandonarse parte del parque, porque fue imposible continuar transportándolo.

“NUESTROS SOLDADOS TODO LO VENCIERON”

Años más tarde Cáceres rememoraría lo penosa y difícil que fue la ascensión de la cordillera: “Varias bestias con jinetes y otras con carga se desbarrancaron, precipitándose con rapidez extraordinaria por entre las profundidades de esas escarpadas rocas, sin esperanza alguna de salvación. Las dificultades y peligros aumentaron a medida que más se aproximaba el ejército a la cumbre. Los senderos eran cada vez más estrechos e inseguros, la respiración difícil, la visión atormentada por el 'surumpe’, el cansancio grande y el malestar del cuerpo enorme. Pero nuestros soldados todo lo vencieron y mediando la tarde alcanzaron la cumbre de la montaña”.
En efecto, a las 15:00 horas de aquel 22 de junio de 1883, el esforzado Ejército de La Breña completaba el cruce de la cordillera nevada, celebrándolo entre cánticos de victoria, según relató Abelardo Gamarra, otro partícipe de la singular hazaña: "Nuestra entusiasta y viril tropa... dominó la cumbre del imponente y enhiesto Llanganuco, alegre, cantando, llena de entereza y bizarría, sin doblegarse a la fatiga ni presentar un solo soldado acometido del soroche y todos en estado de empeñarse en un combate. Pocos ejércitos del mundo habrán atravesado una montaña de la elevación del Llanganuco".

"... Y SOBRE NUESTRAS CABEZAS, UN CIELO AZUL Y PROFUNDO"

Se les presentó entonces a la vista un espectáculo sublime y hermoso, tal y como lo describió Cáceres: "Desde allí pudimos contemplar, con emoción y cariño, el vasto panorama que ofrecía a nuestros ojos aquella región del territorio patrio; al Norte y al Sur una serie de picos nevados, que rematan la montaña de los Andes; al Oeste la cordillera Negra, que cierra el hermoso callejón de Huaylas; al Oriente, las dilatadas regiones de la selva, regadas por el caudaloso Marañón, y sobre nuestras cabezas un cielo azul y profundo".
Y no hubo tregua pues el ejército prosiguió la marcha, pasando frente a los cerros Omocucho y Santa Isabel, para plantar campamento una legua antes de la hacienda de Tingo, poco antes de caer la noche. Cáceres, que marchaba a retaguardia, llegó a ese campamento a las 21:00 horas, y tras un breve descanso, aprovechando la luz de la luna, continuó hacia Tingo, localidad que alcanzó cercana ya la medianoche.

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