dimanche 8 juin 2014

8 de Junio

LA SUBLIME INMOLACIÓN DE ALFONSO UGARTE


LA SUBLIME INMOLACIÓN DE ALFONSO UGARTE 
Un día como hoy, el 8 de junio de 1880, abnegadas mujeres peruanas, afrontando el peligro de la presencia chilena, buscaban llorosas los restos del bien amado Alfonso Ugarte, aquel nobilísimo patriota cuya singular inmolación le daría gloria imperecedera. Vamos a presentar aquí algunos documentos que hacen referencia a ese hecho histórico, que algunos ignorantes y otros tantos despreciables felones han tratado de negar, incluso burlándose del héroe en piezas pretendidamente teatrales y en pinturas solo dignas de un contenedor de basura. 
Lo más repudiable es que la versión que pone en duda el sacrificio sublime del coronel Alfonso Ugarte ha encontrado eco en programas televisivos que llamándose “culturales” no pasan de ser bodrios donde se muestra “la historia como show” y aparecen los  historiadores como vedettes, para ponerse a tono con la galopante involución cultural que, con desprecio por el patriotismo y mostrando servilismo ante el Estado extranjero que cercenó nuestro territorio, se ha propuesto liquidar la memoria histórica de nuestro país. 
El 15 de junio de 1880, desde Quilca, N. Cárdenas despachaba un telegrama al prefecto de Arequipa explicando la forma como se había sacrificado nuestro héroe: “El coronel Alfonso Ugarte, como los demás, no quiso rendirse, y habiéndosele acabado la munición, echó mano de su revólver, empleando bien sus tiros; pero como fue ACOSADO POR GRAN NÚMERO DE CHILENOS, PERECIÓ AL FIN EN UN CABALLO BLANCO”.
Seis días después, el 21 de junio de 1880, “La Patria” de Lima publicó un artículo consignando el detalle de esa singular inmolación, lo que J. V. Ochoa reprodujo en la biografía del héroe que en 1886 publicó el chileno Pascual Ahumada Moreno, y que aquí copiamos:
“El 7 de junio de 1880, en la gloriosa resistencia de Arica, murió Ugarte tan heroicamente como el inmortal Bolognesi, jefe de aquella plaza. La muerte de Ugarte, tal como se la cuenta, es digna de los dioses de la mitología. Batallar, resistir, afrontarse a las balas sin poderlas encontrar y por último LANZARSE AL OCÉANO A FIN DE NO SOPORTAR LA VERGÜENZA DE RENDIR LA VALEROSA ESPADA ANTE EL ENEMIGO… ES TAN SUBLIME –ES TAN GRANDIOSO- QUE LA EPOPEYA LO DEBE INMORTALIZAR.
“El último acto de la corta pero interesante carrera de Alfonso Ugarte revela de cuánto era capaz esa alma verdaderamente grande. Acosado por innumerables enemigos, vencido ya en la cumbre del Morro histórico, presenciando la inmolación de los caídos, la profanación de esas reliquias sagradas del heroísmo, quiso sustraerse a las manos enemigas, y CLAVANDO LAS ESPUELAS EN LOS IJARES DE SU CABALLO, SE LANZÓ AL ESPACIO, DESDE AQUELLA INMENSA ALTURA, PARA CAER DESPEDAZADO SOBRE LAS ROCAS DE LA ORILLA DEL MAR”.
De Alfonso Ugarte solo se encontró al pie del Morro un costado de su destrozado cuerpo y se reconoció que era suyo por un calcetín con sus iniciales que estaba ceñido a ese despojo, que fue colocado en un ataúd en cuyas tapa se grabó su nombre: “Alfonso Ugarte”. Y ocho días después de su heroico sacrificio fue sepultado en Arica, según consta en la partida de defunción firmada por el Cura Vicario Diego Chávez, valioso documento publicado por Manuel Zanutelli Rosas, y que dice a la letra: 
“Año del Señor de mil ochocientos ochenta. En quince de junio: YO EL CURA PROPIO Y VICARIO DE ESTA CIUDAD DE S. MARCOS DE ARICA, SEPULTÉ DE CRUZ ALTA EN EL PANTEÓN DE ÉSTA EL CUERPO MAYOR DEL CORONEL ALFONSO UGARTE, QUE FUE ENCONTRADO AL PIE DEL MORRO, y de allí se depositó en su respectivo nicho, hijo legítimo de don Narciso Ugarte y doña Rosa Vernal; y para que conste, lo firmo.- Diego Chávez” (Libro de entierros que empieza en 1873 y termina en 1895, folio 59. Parroquia de San Marcos de Arica).
Cuando por decreto del presidente Andrés Avelino Cáceres, firmado el 3 de junio de 1880, se dispuso el traslado a Lima de los héroes que ofrendaron sus vidas en las Campañas del Sur y de La Breña, correspondió a Carlos Ostolaza, senador suplente por Tacna, reconocer los restos mortales de Alfonso Ugarte. Llegado a Arica procedió a la exhumación, abrió el ataúd original, leyó la inscripción allí grabada, tomó en  sus manos lo que quedaba del héroe, lo cubrió con una sábana y lo trasladó a un nuevo ataúd, para conducirlo a la capital. Aquí, el 15 de julio de 1890, junto con otros de sus abnegados camaradas, Alfonso Ugarte hizo su ingreso apoteósico en el Cementerio General de Lima. 
Diez años después, en 1900, Ernesto Rivas, en sus “Episodios Nacionales de la Guerra del Pacífico”, insertaría esta semblanza:
“Joven, dueño de inmensa fortuna que se contaba por millones, adornado de una brillante ilustración recibida en Europa, Alfonso Ugarte era el tipo del hombre feliz. El presente brillaba para él con esplendores de sol en el cénit; sólo alegrías le auguraba el porvenir.
Pero el estruendo del cañón chileno, resonando en las playas de la patria, le avisó que su misión en el mundo no era sólo gustar de la vida sibarita que le proporcionaba su riqueza, y, volteando la espalda a todos los placeres, se dio a gozar con el más puro y santo para un corazón digno: el de defender la honra del pabellón que nos da carta de ciudadanía en el concierto de las naciones libres.
Armó un batallón de guardias nacionales al que bautizó con el nombre de “Iquique”, y, a su cabeza, le vemos batirse en Tarapacá, ser herido en la frente, y seguir peleando hasta consumarse la derrota del enemigo.
Su valor y aptitudes le elevaron poco después al alto puesto de jefe de división, y en él le encontramos en Arica. En la madrugada del 7 de junio se atacó la plaza. Dirigía la fuerza chilena el coronel Pedro Lagos. El ataque se hizo en masa contra la primera batería del Este (Cerro Chuño) por los regimientos 3º y 4º de línea. Defendía ese punto “Granaderos de Tacna”, que, envuelto por el enemigo, resistió con estoicismo espartano hasta que fue volada la batería, pereciendo todos los que sobrevivían, junto con más de 40 chilenos.
Siguió el combate en Cerro Gordo, y tras un cuarto de hora de lucha fueron desalojados los peruanos, que se replegaron al Morro. En esos momentos se batían también en retirada las guarniciones de las baterías del Norte, después de haber hecho volar los cañones y polvorines.
Bolognesi, en el centro de la ciudadela, viéndola ya ocupada por el ejército invasor, se dirigió al sitio donde existía el aparato eléctrico que había de producir la explosión en las diferentes minas y volar Arica; su mano tocó un alambre, otro y otro... y ninguno produjo el estallido, y, ante fracaso tan doloroso, exclamó colérico: -“¡Estamos perdidos!”. Los que le rodeaban murmuraron: “¡Traición!” y todos se retiraron al Morro, postrer baluarte de la defensa.
¡El Morro!... Esta palabra encierra cuanto de heroico y sublime puede imaginar el cerebro humano. Allí no hubo jefes ni subalternos: todos fueron soldados, todos héroes, todos peruanos… Bolognesi cae, cae Moore, cae Zavala, cae Blondell; antes había caído Inclán, Arias Aragüez, Varela, etc.
Ugarte es el último que queda; le acompaña un pequeño resto de su división, con el que sigue peleando. Arrogante sobre su caballo, su hermosa figura se destaca en medio de sus soldados, magnífica, resplandeciente.
-“¡Ríndase!”- le gritan los chilenos, y él contesta con una interjección, que se parangona con la de Cambrone en Waterloo. Y sus soldados caen aplastados por la pesada lluvia de plomo de los contrarios.
-“¡RÍNDASE!”- VUELVE A INTIMARLE EL ENEMIGO; Y ÉL, SOBERBIO EN SU INDIGNACIÓN, LO ENVUELVE EN UNA MIRADA DE DESPRECIO, VOLTEA EL NOBLE BRUTO QUE MONTA, RASGA SUS IJARES CON LAS ESPUELAS, LO LANZA A LA CARRERA, Y… SE ARROJA DESDE EL MORRO AL MAR, DANDO UN ¡VIVA EL PERÚ!, CUYO ECO REPERCUTE EN EL ABISMO, Y VA A MORIR EN LAS ESPUMAS DE LAS OLAS QUE AZOTAN ESE AVANZADO PEÑÓN, QUE ESPERA HASTA AHORA LA PLUMA ÉPICA QUE CANTE LA ILÍADA DE SU CAUTIVIDAD…
A las 7 y 38 a. m. Arica había caído en poder de los chilenos. Sí: había caído como Sagunto, como Numancia, como Plewna. La frase heroica quedaba cumplida. ¡Se peleó hasta quemar el último cartucho!”.

Un día como hoy, el 8 de junio de 1880, abnegadas mujeres peruanas, afrontando el peligro de la presencia chilena, buscaban llorosas los restos del bien amado Alfonso Ugarte, aquel nobilísimo patriota cuya singular inmolación le daría gloria imperecedera. Vamos a presentar aquí algunos documentos que hacen referencia a ese hecho histórico, que algunos ignorantes y otros tantos despreciables felones han tratado de negar, incluso burlándose del héroe en piezas pretendidamente teatrales y en pinturas solo dignas de un contenedor de basura.
Lo más repudiable es que la versión que pone en duda el sacrificio sublime del coronel Alfonso Ugarte ha encontrado eco en programas televisivos que llamándose “culturales” no pasan de ser bodrios donde se muestra “la historia como show” y aparecen los historiadores como vedettes, para ponerse a tono con la galopante involución cultural que, con desprecio por el patriotismo y mostrando servilismo ante el Estado extranjero que cercenó nuestro territorio, se ha propuesto liquidar la memoria histórica de nuestro país.
El 15 de junio de 1880, desde Quilca, N. Cárdenas despachaba un telegrama al prefecto de Arequipa explicando la forma como se había sacrificado nuestro héroe: “El coronel Alfonso Ugarte, como los demás, no quiso rendirse, y habiéndosele acabado la munición, echó mano de su revólver, empleando bien sus tiros; pero como fue ACOSADO POR GRAN NÚMERO DE CHILENOS, PERECIÓ AL FIN EN UN CABALLO BLANCO”.
Seis días después, el 21 de junio de 1880, “La Patria” de Lima publicó un artículo consignando el detalle de esa singular inmolación, lo que J. V. Ochoa reprodujo en la biografía del héroe que en 1886 publicó el chileno Pascual Ahumada Moreno, y que aquí copiamos:
“El 7 de junio de 1880, en la gloriosa resistencia de Arica, murió Ugarte tan heroicamente como el inmortal Bolognesi, jefe de aquella plaza. La muerte de Ugarte, tal como se la cuenta, es digna de los dioses de la mitología. Batallar, resistir, afrontarse a las balas sin poderlas encontrar y por último LANZARSE AL OCÉANO A FIN DE NO SOPORTAR LA VERGÜENZA DE RENDIR LA VALEROSA ESPADA ANTE EL ENEMIGO… ES TAN SUBLIME –ES TAN GRANDIOSO- QUE LA EPOPEYA LO DEBE INMORTALIZAR.
“El último acto de la corta pero interesante carrera de Alfonso Ugarte revela de cuánto era capaz esa alma verdaderamente grande. Acosado por innumerables enemigos, vencido ya en la cumbre del Morro histórico, presenciando la inmolación de los caídos, la profanación de esas reliquias sagradas del heroísmo, quiso sustraerse a las manos enemigas, y CLAVANDO LAS ESPUELAS EN LOS IJARES DE SU CABALLO, SE LANZÓ AL ESPACIO, DESDE AQUELLA INMENSA ALTURA, PARA CAER DESPEDAZADO SOBRE LAS ROCAS DE LA ORILLA DEL MAR”.
De Alfonso Ugarte solo se encontró al pie del Morro un costado de su destrozado cuerpo y se reconoció que era suyo por un calcetín con sus iniciales que estaba ceñido a ese despojo, que fue colocado en un ataúd en cuyas tapa se grabó su nombre: “Alfonso Ugarte”. Y ocho días después de su heroico sacrificio fue sepultado en Arica, según consta en la partida de defunción firmada por el Cura Vicario Diego Chávez, valioso documento publicado por Manuel Zanutelli Rosas, y que dice a la letra:
“Año del Señor de mil ochocientos ochenta. En quince de junio: YO EL CURA PROPIO Y VICARIO DE ESTA CIUDAD DE S. MARCOS DE ARICA, SEPULTÉ DE CRUZ ALTA EN EL PANTEÓN DE ÉSTA EL CUERPO MAYOR DEL CORONEL ALFONSO UGARTE, QUE FUE ENCONTRADO AL PIE DEL MORRO, y de allí se depositó en su respectivo nicho, hijo legítimo de don Narciso Ugarte y doña Rosa Vernal; y para que conste, lo firmo.- Diego Chávez” (Libro de entierros que empieza en 1873 y termina en 1895, folio 59. Parroquia de San Marcos de Arica).
Cuando por decreto del presidente Andrés Avelino Cáceres, firmado el 3 de junio de 1880, se dispuso el traslado a Lima de los héroes que ofrendaron sus vidas en las Campañas del Sur y de La Breña, correspondió a Carlos Ostolaza, senador suplente por Tacna, reconocer los restos mortales de Alfonso Ugarte. Llegado a Arica procedió a la exhumación, abrió el ataúd original, leyó la inscripción allí grabada, tomó en sus manos lo que quedaba del héroe, lo cubrió con una sábana y lo trasladó a un nuevo ataúd, para conducirlo a la capital. Aquí, el 15 de julio de 1890, junto con otros de sus abnegados camaradas, Alfonso Ugarte hizo su ingreso apoteósico en el Cementerio General de Lima.
Diez años después, en 1900, Ernesto Rivas, en sus “Episodios Nacionales de la Guerra del Pacífico”, insertaría esta semblanza:
“Joven, dueño de inmensa fortuna que se contaba por millones, adornado de una brillante ilustración recibida en Europa, Alfonso Ugarte era el tipo del hombre feliz. El presente brillaba para él con esplendores de sol en el cénit; sólo alegrías le auguraba el porvenir.
Pero el estruendo del cañón chileno, resonando en las playas de la patria, le avisó que su misión en el mundo no era sólo gustar de la vida sibarita que le proporcionaba su riqueza, y, volteando la espalda a todos los placeres, se dio a gozar con el más puro y santo para un corazón digno: el de defender la honra del pabellón que nos da carta de ciudadanía en el concierto de las naciones libres.
Armó un batallón de guardias nacionales al que bautizó con el nombre de “Iquique”, y, a su cabeza, le vemos batirse en Tarapacá, ser herido en la frente, y seguir peleando hasta consumarse la derrota del enemigo.
Su valor y aptitudes le elevaron poco después al alto puesto de jefe de división, y en él le encontramos en Arica. En la madrugada del 7 de junio se atacó la plaza. Dirigía la fuerza chilena el coronel Pedro Lagos. El ataque se hizo en masa contra la primera batería del Este (Cerro Chuño) por los regimientos 3º y 4º de línea. Defendía ese punto “Granaderos de Tacna”, que, envuelto por el enemigo, resistió con estoicismo espartano hasta que fue volada la batería, pereciendo todos los que sobrevivían, junto con más de 40 chilenos.
Siguió el combate en Cerro Gordo, y tras un cuarto de hora de lucha fueron desalojados los peruanos, que se replegaron al Morro. En esos momentos se batían también en retirada las guarniciones de las baterías del Norte, después de haber hecho volar los cañones y polvorines.
Bolognesi, en el centro de la ciudadela, viéndola ya ocupada por el ejército invasor, se dirigió al sitio donde existía el aparato eléctrico que había de producir la explosión en las diferentes minas y volar Arica; su mano tocó un alambre, otro y otro... y ninguno produjo el estallido, y, ante fracaso tan doloroso, exclamó colérico: -“¡Estamos perdidos!”. Los que le rodeaban murmuraron: “¡Traición!” y todos se retiraron al Morro, postrer baluarte de la defensa.
¡El Morro!... Esta palabra encierra cuanto de heroico y sublime puede imaginar el cerebro humano. Allí no hubo jefes ni subalternos: todos fueron soldados, todos héroes, todos peruanos… Bolognesi cae, cae Moore, cae Zavala, cae Blondell; antes había caído Inclán, Arias Aragüez, Varela, etc.
Ugarte es el último que queda; le acompaña un pequeño resto de su división, con el que sigue peleando. Arrogante sobre su caballo, su hermosa figura se destaca en medio de sus soldados, magnífica, resplandeciente.
-“¡Ríndase!”- le gritan los chilenos, y él contesta con una interjección, que se parangona con la de Cambrone en Waterloo. Y sus soldados caen aplastados por la pesada lluvia de plomo de los contrarios.
-“¡RÍNDASE!”- VUELVE A INTIMARLE EL ENEMIGO; Y ÉL, SOBERBIO EN SU INDIGNACIÓN, LO ENVUELVE EN UNA MIRADA DE DESPRECIO, VOLTEA EL NOBLE BRUTO QUE MONTA, RASGA SUS IJARES CON LAS ESPUELAS, LO LANZA A LA CARRERA, Y… SE ARROJA DESDE EL MORRO AL MAR, DANDO UN ¡VIVA EL PERÚ!, CUYO ECO REPERCUTE EN EL ABISMO, Y VA A MORIR EN LAS ESPUMAS DE LAS OLAS QUE AZOTAN ESE AVANZADO PEÑÓN, QUE ESPERA HASTA AHORA LA PLUMA ÉPICA QUE CANTE LA ILÍADA DE SU CAUTIVIDAD…
A las 7 y 38 a. m. Arica había caído en poder de los chilenos. Sí: había caído como Sagunto, como Numancia, como Plewna. La frase heroica quedaba cumplida. ¡Se peleó hasta quemar el último cartucho!”.

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