dimanche 15 juin 2014

15 de Junio

LOS HOLANDESES, EL CALLAO, CHUQUITANTA Y LOS NEGROS

 LOS HOLANDESES, EL CALLAO, CHUQUITANTA Y LOS NEGROS
El 15 de junio de 1624, un día como hoy hace 390 años, el vicealmirante Hugues Schapenham, jefe de la escuadra holandesa anclada frente al Callao, propuso a las autoridades virreinales el canje de dos griegos desertores por treinta prisioneros que cogiera en un combate librado poco antes en tierra. Al no ser aceptada su propuesta por el virrey, hizo colgar de los mástiles de sus navíos a trece de esos prisioneros. 
Por entonces, España enfrentaba a  las Provincias Unidas de los Países Bajos, cuyos ricos mercaderes exigieron la protección del comercio que sus navíos realizaban en las costas de España y sus colonias, incluidas las de América, donde el “sistema de puerto único” o “monopolio comercial español” fue continuamente burlado. Y una Ordenanza de Corso permitió la organización de flotas de guerra que se despacharon para atacar a los españoles en sus colonias. 
En 1622 los holandeses incursionaron desde las Antillas en Cumaná, con poco éxito. Pero considerando la importancia de la empresa, los mercaderes de Amsterdam enviaron a continuación una poderosa escuadra compuesta de 11 navíos con 294 cañones y algo más de 1600 tripulantes, que al mando del almirante Jacques L’Heremite “salió de Texel a 29 de abril de 1623, con idea de entrar en el Pacífico, atacar a la flota conductora de plata desde el Callao a Panamá y poner pie en algún puerto del Perú, contando con atraerse a los negros esclavos ofreciéndoles libertad”.
Tras múltiples peripecias, la escuadra de L’Heremite dobló el Cabo de Hornos el 2 de febrero de 1624, anclando en la isla de Juan Fernández para reponer a su hueste, cargar suficiente agua, reparar sus navíos y montar sus cañones adecuadamente, con la intención de navegar al Callao sin detenerse en los puertos chilenos. Pero los tripulantes de una embarcación que apresó le informaron que la flota española que llevaba la plata del Perú había partido ya rumbo a Panamá. 
Pese a la mala nueva, L’Heremite puso proa al Callao, creyendo que podría tomar Lima, considerándola indefensa, y confiado, por otra parte, “de que al primer llamamiento apellidando libertad acudirían los negros esclavos del campo, siempre que el ataque se hiciera con prontitud, sin dar tiempo a la reunión de los españoles”, según cuenta la crónica.
El 7 de mayo, cuando se hallaba solazado en una corrida de toros, el virrey marqués de Guadalcázar fue informado del avistamiento en Mala de la escuadra holandesa. Antes que pensar en la defensa, hubo entonces pánico general, pues la aristocracia colonial solo pensó en huir al interior para poner a salvaguarda su riqueza. Pero no estaba tan indefensa la capital y el virrey destacó fuerzas de caballería e infantería que se situaron en sitios estratégicos, sobre todo para proteger las haciendas cercanas.
La escuadra holandesa entró en la bahía del Callao el 8 de mayo y L’Heremite desembarcó en Chuquitanta, sorprendiéndose de ver a tropas virreinales dispuestas a resistir su avance. Optó entonces por reembarcarse, y se instaló la isla de San Lorenzo. La noche del 11 provocó un combate, tomando prisioneros pero sufriendo al mismo tiempo algunas deserciones.
Para entonces se había agravado la enfermedad que el jefe holandés contrajera en las costas de África. Por ello su escuadra se mantuvo inactiva. Al morir L'Heremite la noche del 2 de junio, el mando recayó en el vicealmirante Hugues Schapenham, de quien hablábamos al empezar este artículo. Éste prolongaría cinco meses más su presencia frente al Callao, donde hizo quemar diecisiete navíos comerciales. Además, despachó flotillas que saquearon Guayaquil, cometieron excesos en Puná y atacaron Pisco, cuyos pobladores presentaron exitosa resistencia.
Navegando de regreso a Holanda, Schapenham temió ser desaprobado por los mercaderes que lo solventaban, por lo que inventó un gran combate frente al Callao entre doce navíos holandeses y treinta españoles, fantástica relación que se publicó en París ese mismo año 1624. Tiempo después, los mercaderes holandeses, organizados en la Compañía de las Indias Occidentales, convencerían al conde Mauricio de Nassau para apoderarse de un puerto brasileño como base de futuras operaciones de conquista.

El 15 de junio de 1624, un día como hoy hace 390 años, el vicealmirante Hugues Schapenham, jefe de la escuadra holandesa anclada frente al Callao, propuso a las autoridades virreinales el canje de dos griegos desertores por treinta prisioneros que cogiera en un combate librado poco antes en tierra. Al no ser aceptada su propuesta por el virrey, hizo colgar de los mástiles de sus navíos a trece de esos prisioneros.
Por entonces, España enfrentaba a las Provincias Unidas de los Países Bajos, cuyos ricos mercaderes exigieron la protección del comercio que sus navíos realizaban en las costas de España y sus colonias, incluidas las de América, donde el “sistema de puerto único” o “monopolio comercial español” fue continuamente burlado. Y una Ordenanza de Corso permitió la organización de flotas de guerra que se despacharon para atacar a los españoles en sus colonias.
En 1622 los holandeses incursionaron desde las Antillas en Cumaná, con poco éxito. Pero considerando la importancia de la empresa, los mercaderes de Amsterdam enviaron a continuación una poderosa escuadra compuesta de 11 navíos con 294 cañones y algo más de 1600 tripulantes, que al mando del almirante Jacques L’Heremite “salió de Texel a 29 de abril de 1623, con idea de entrar en el Pacífico, atacar a la flota conductora de plata desde el Callao a Panamá y poner pie en algún puerto del Perú, contando con atraerse a los negros esclavos ofreciéndoles libertad”.
Tras múltiples peripecias, la escuadra de L’Heremite dobló el Cabo de Hornos el 2 de febrero de 1624, anclando en la isla de Juan Fernández para reponer a su hueste, cargar suficiente agua, reparar sus navíos y montar sus cañones adecuadamente, con la intención de navegar al Callao sin detenerse en los puertos chilenos. Pero los tripulantes de una embarcación que apresó le informaron que la flota española que llevaba la plata del Perú había partido ya rumbo a Panamá.
Pese a la mala nueva, L’Heremite puso proa al Callao, creyendo que podría tomar Lima, considerándola indefensa, y confiado, por otra parte, “de que al primer llamamiento apellidando libertad acudirían los negros esclavos del campo, siempre que el ataque se hiciera con prontitud, sin dar tiempo a la reunión de los españoles”, según cuenta la crónica.
El 7 de mayo, cuando se hallaba solazado en una corrida de toros, el virrey marqués de Guadalcázar fue informado del avistamiento en Mala de la escuadra holandesa. Antes que pensar en la defensa, hubo entonces pánico general, pues la aristocracia colonial solo pensó en huir al interior para poner a salvaguarda su riqueza. Pero no estaba tan indefensa la capital y el virrey destacó fuerzas de caballería e infantería que se situaron en sitios estratégicos, sobre todo para proteger las haciendas cercanas.
La escuadra holandesa entró en la bahía del Callao el 8 de mayo y L’Heremite desembarcó en Chuquitanta, sorprendiéndose de ver a tropas virreinales dispuestas a resistir su avance. Optó entonces por reembarcarse, y se instaló la isla de San Lorenzo. La noche del 11 provocó un combate, tomando prisioneros pero sufriendo al mismo tiempo algunas deserciones.
Para entonces se había agravado la enfermedad que el jefe holandés contrajera en las costas de África. Por ello su escuadra se mantuvo inactiva. Al morir L'Heremite la noche del 2 de junio, el mando recayó en el vicealmirante Hugues Schapenham, de quien hablábamos al empezar este artículo. Éste prolongaría cinco meses más su presencia frente al Callao, donde hizo quemar diecisiete navíos comerciales. Además, despachó flotillas que saquearon Guayaquil, cometieron excesos en Puná y atacaron Pisco, cuyos pobladores presentaron exitosa resistencia.
Navegando de regreso a Holanda, Schapenham temió ser desaprobado por los mercaderes que lo solventaban, por lo que inventó un gran combate frente al Callao entre doce navíos holandeses y treinta españoles, fantástica relación que se publicó en París ese mismo año 1624. Tiempo después, los mercaderes holandeses, organizados en la Compañía de las Indias Occidentales, convencerían al conde Mauricio de Nassau para apoderarse de un puerto brasileño como base de futuras operaciones de conquista.

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